El periodista Miguel Salvatierra desentraña en un libro los porqués de esta nueva amenaza a la navegación marítima.
06 jun 2010 . Actualizado a las 19:15 h.Si bien la piratería marítima no desapareció nunca y sus orígenes se remontan prácticamente a los primeros intentos humanos de navegar y comerciar por los océanos, es hoy, en pleno siglo XXI, cuando su resurgimiento frente a las costas de Somalia supone uno de los principales desafíos para la seguridad mundial. «Al actual fenómeno pirata se le puede obstaculizar y tratar de que sus efectos, los secuestros de barcos, se reduzcan, pero es prácticamente imposible erradicar totalmente su actividad, mientras el caos y la inestabilidad siga reinando en Somalia», asegura Miguel Salvatierra, autor de El próspero negocio de la piratería en África, que acaba de publicar La Catarata. «La piratería en el mar es una consecuencia de lo que está ocurriendo en el mundo», agrega.
A su juicio, la operación militar europea Atalanta ha dado buenos resultados al igual que la inclusión de agentes de seguridad en los barcos. «No es una casualidad que, pese al aumento de la actividad pirata, se haya pasado de los 47 buques secuestrados el pasado año a los diez en lo que llevamos de 2010; sin embargo, para Somalia, el origen del problema, las posibilidades de una mínima estabilidad política son, de momento, muy lejanas», dice este periodista que fue redactor jefe de Internacional en el diario ABC hasta el 2008 y actualmente coordina los contenidos editoriales de los diarios regionales del grupo Vocento.
Mar revuelto
Según recoge en su libro, la piratería es sólo la punta del iceberg de los problemas políticos, económicos y sociales que encierra el continente africano y que en este mundo globalizado, de una forma directa o indirecta, acaban afectándonos. «África es un vecino que está al otro lado del Estrecho y al que es muy difícil no tener en cuenta y, desde una perspectiva egoísta, resulta muy temerario no prever el alcance de sus conflictos», considera este periodista. «De momento ya hemos visto el impacto que han tenido los secuestros de los pesqueros Playa de Bakio y Alakrana, junto al riesgo de la flota atunera que trabaja en aguas del Índico», argumenta. «No es una frivolidad gratuita que militares españoles se encuentren en Uganda, Mali, Mauritania, Senegal, Guinea Bissau y Nigeria, con el objetivo de instruir a los ejércitos africanos en técnicas de lucha antiterrorista y contra la delincuencia organizada».
Para el autor, no son sólo los piratas somalíes los que roban o delinquen. En este terreno habría que señalar los buques piratas que bajo banderas de conveniencia y de forma encubierta se dedican a la pesca ilegal o al tráfico de personas, drogas y armas. «El que no exista vigilancia costera, efectiva o de ningún tipo, en muchos países africanos atrae a estas actividades clandestinas, que pueden realizarse sin ningún tipo de riesgos», apunta. «Esto ha permitido que Guinea Bissau esté al borde de convertirse en un narcoestado o que muchas comunidades pesqueras se hayan quedado sin apenas recursos de supervivencia».
La mayor parte de las aguas africanas son, en su opinión, un escenario sin control en el que pueden campar no sólo los piratas somalíes sino una amplia gama de delincuencia que aumenta día a día. Como uno de los casos más sangrantes de esta delincuencia marítima está también el del vertido de residuos tóxicos. En este terreno, Salvatierra recuerda cómo en 2004, a consecuencia de la onda expansiva del tsunami, llegaron a las playas somalíes sustancias venenosas arrojadas en sus aguas que impregnaron la tierra y el aire. «Un informe de la ONU atribuyó a esa toxicidad al menos 300 muertos a causa de cánceres, malformaciones congénitas y úlceras de difícil curación».