No hace tanto tiempo, cuando un artista hablaba de éxito, las cifras se movían en términos millonarios. Es más, nadie duda, como dato de la burbuja interna discográfica, de la propensión a inflar estos datos como sinónimo de triunfo.
Estrategias de márketing al margen, lo cierto es que el año pasado los superventas fueron más bien miniventas. Y el umbral de lo reseñable en cuanto a ventas quedó limitado a la barrera de los 100.000 ejemplares despachados. Fito y los Fitipaldis, Alejandro Sanz y Joaquín Sabina, más David Bisbal, fueron los únicos que lo consiguieron. Y hay que tener en cuenta que se trata de la aristocracia incombustible del negocio discográfico.
Fuentes de las herméticas multinacionales sí señalan que esas cantidades en nombres de tanta relevancia antes solo eran para abrir boca, un aperitivo, y no como ahora que son casi cierre del producto.
De millones a miles
Frente a estos esqueléticos datos, según reseñas promocionales y biografías renovadas, lejos quedan los años de máximas ventas cuando el disco era un objeto de consumo, regalo y un vale para todo que se vendía y compraba como churros. Entre los aproximadamente tres millones que se le atribuyen a Presuntos Implicados, a los más de veinte millones de discos vendidos por Mecano, la banda de pop más exitosa de España, hay sitio para muchos. Desde Camela, Marta Sánchez, Héroes del Silencio, Hombres G, Luz Casal?, por poner varios ejemplos, a Julio Iglesias, al que se le adjudican 300 millones de discos (cifra que solo superarían los Beatles), son grupos, artistas y músicos de todos los pelajes con cifras millonarias de ventas. Y todos ultracomerciales. Porque, por ejemplo, Paco de Lucía o Camarón de la Isla no aparecen en este grupo, que, junto a Iglesias, estaría comandado por Camilo Sesto y Raphael.