Chuck Norris y derivados

ROBER BODEGAS

CULTURA

12 mar 2009 . Actualizado a las 18:51 h.

Esta semana Chuck Norris ha cumplido 69 años y si no sigue siendo el ranger de Tejas es porque no le da la gana, que aún está por nacer alguien que sea más duro que él. El tío si se pone es capaz de rayar diamantes con la uña del meñique. Casi setenta años viviendo de sus patadas giratorias, eso sí que es rentabilizar una habilidad y no lo de Chiquito con sus «fistros» y sus «¿Te das cuen?».

Aunque no voy a contar nada de Chuck, porque en su entrada de la Frikipedia ya está todo dicho. Pero al ver lo de su cumple me he dado cuenta de que pertenezco a la generación del cine de los guantazos como panes. Y no sé si los académicos del cine les han dado el estatus de movimiento cinematográfico a estos metrajes donde una buena patada en los huevos importa más que cualquier giro de guión y donde el plano secuencia no forma parte del estilo narrativo, solo es una manera de demostrar que Chuck Norris no usa dobles; pero si el neorrealismo italiano lo es, la nouvelle vague lo es y hasta el spaghetti western lo es, el chucknorrismo también lo es. Y la prueba es que todas estas pelis responden a una misma estructura: el actor siempre es el prota y el bueno. Siempre se enfrenta solo a todos. Y gana. Eso sí, los malos, en un gesto de deportividad, lo atacan de uno en uno. Y, por último, a los protas de estas pelis no les interesa el amor, pueden darle un beso a la tía que salvan, pero nunca irá a más la cosa. Los actores chucknorristas no entienden el ejercicio físico desligado de la violencia, viven única y exclusivamente para repartir cera.

Aclaradas las pautas principales que nos permitirán distinguir con facilidad una peli chucknorrista de, por ejemplo, la típica peli de mujeres violadas y niños desamparados de los sábados a la sobremesa, voy a hacer un pequeño repaso de los grandes repartidores de leches del género, todos ellos surgidos gracias al éxito de Chuck y a la insaciable sed de patadas giratorias de toda una generación. Porque ¿por qué conformarse con una patada simple, por giratoria que sea, pudiendo tener una doble patada haciendo el spagat en el aire? Esta era la carta de presentación de Jean-Claude van Damme, un cachas que inventó el dos por uno en esto de las palizas al por mayor. Nunca se despeinaba y ya podía ser la peli en Siberia que él siempre iba medio en bolas para que se le vieran los abdominales tallados a cincel. Pero no todo iban a ser patadas, y Steven Seagal era capaz de romperte un brazo por no darle los buenos días. Del cuerpo de este no sabemos nada porque en ninguna de sus pelis consiguieron llegar a tocarle. Pero lo de que el bueno no se coma ni media galleta, así sea atacado por cincuenta maromos a la vez, empezó a despertar incredulidades en el sector más crítico de los chucknorristas y de esa circunstancia nace mi favorito del género: Bruce Willis. El tío cumple con el género y gana a los malos, pero al menos después de cargarse a doscientos soldados rusos y sobrevivir a doce explosiones, acaba hecho un Cristo y con más heridas que Eduardo Manostijeras cuando cogió la varicela. Así que ya sabéis, si no tenéis plan para este finde, alquilaos Contacto sangriento, Alerta máxima o La jungla de cristal. En VHS, por supuesto.