Veinte años sin un genio llamado Dalí

Colpisa

CULTURA

Pintor, escritor, escultor, cineasta, diseñador de joyas, el legado del artista catalán continúa siendo uno de los grandes referentes de la cultura universal.

23 ene 2009 . Actualizado a las 19:17 h.

Egocéntrico, aparatoso, y siempre divertido, las comparecencias públicas de Salvador Dalí constituían -en sí mismas- un acto surrealista. «¿Y usted por qué pinta relojes blandos?», le preguntaron en cierta ocasión. «Lo importante no es que sean blandos o duros, sino que marquen la hora exacta». Decía que le gustaba mucho la televisión, siempre y cuando estuviera el monitor del revés. La ciudad que más le fascinaba era Nueva York. Pero tenía que llover. «Pongo el despertador a las siete de la mañana, pienso en esos neoyorkinos que corren y llegan mojados a sus trabajos y me arrebujo entre las mantas; son momentos de un placer sublime».

También consideraba excelso pintar con un poco de miel en la comisura de los labios. Se lo contaba a Joaquín Soler Serrano en el espacio de entrevistas 'A fondo'. «Yo adoro las moscas. No las moscas sucias que se posan en los rostros de los borrachos. Esas las detesto. Amo las moscas que revolotean alrededor de los árboles de mi tierra. Algo sublime sucede cuando pinto en el campo mientras escucho por la radio las informaciones del Tour de Francia. Me pongo miel de dátil en la comisura y, cada cierto tiempo, queda atrapada una mosca. Entonces escucho el exquisito 'bzzzzzzz' de su zumbido. Después la cojo por las alas y la suelto».

Este viernes se cumplen 20 años de la muerte de un artista que sigue despertando admiraciones y embelesos en todo el mundo. Su recuerdo lo mantiene vivo la Fundación Gala Salvador-Dalí a través de tres museos: la Casa-Museo en Port Lligat, el Teatro-Museo de Figueres (allí está enterrado) y el castillo de Púbol, donde se encerró tras la muerte de su esposa Gala.

84 años tenía cuando Dalí abandonó este mundo. Lo hizo el 23 de enero de 1989. Comprar sus cuadros, sus esculturas o sus joyas resulta caro. Además, con el escándalo de las falsificaciones (dejó cientos de hojas firmadas en blanco y autentificó esculturas y joyas que no eran suyas) te pueden dar gato por liebre. Es más asequible - y a lo mejor más gratificante- leer sus memorias, sus aforismos, su poesía, sus entrevistas y sus ensayos. Hay críticos -entre ellos Fernando Sánchez Drago- que sostienen que el Dalí escritor está por encima del Dalí pintor. La editorial Destino publicó recientemente su obra completa en varios tomos.

Excéntrico

«Maestro, ¿es usted excéntrico?», le preguntó Soler Serrano.

«Excéntrico y concéntrico», respondió el maestro. «¿Es importante el dinero en su vida?», volvió a la carga el periodista. «Yo no atesoro nada. No sé dónde están mis cuentas. Lo que busco es lo que buscaban los alquimistas de la Edad Media: trasmutar la materia vil en oro. Esto es, aurificar lo cotidiano».

Uno de las respuestas más recordadas de aquella divertida entrevista fue cuando Joaquín Soler Serrano le preguntó por Picasso. «¿Es cierto, maestro, que existía una gran rivalidad entre usted y Picasso?». Dalí, atusándose las guías del bigote, dijo: «¿Rivalidad? Ninguna. Lo compartimos todo. Picasso es pintor. Yo también. Picasso es español. Yo también. Picasso es comunista. Yo tampoco».

Escribía José Luis de Vilallonga en sus memorias que a veces, en los restaurantes, Dalí pedía alitas caramelizadas de quebrantahuesos. Ante la extrañeza del maitre, el artista se mostraba indignado de que aquel restaurante de postín no tuviera ese plato tan refinado. «Camilo José Cela se miró en Dalí para fabricar su propia maquinaria de propaganda», aseguraba Vilallonga.

«Cela, en los restaurantes, en vez de pedir alas de quebrantahuesos, rompía platos con la frente».

Con motivo del aniversario de su desaparición, y hasta el 18 de marzo, el Teatro-Museo Dalí de Figueres expone uno de los cuadros más valorados del artista, La persistencia de la memoria.

Lo pintó en 1931, cuando tenía 27 años. Popularmente conocido como Los relojes blandos, el cuadro ha sido temporalmente cedido por el MOMA de Nueva York. «Podéis estar seguros de que los relojes blandos no son otra cosa que quesos Camembert». Si él lo decía, así debe ser.