Mike Leigh refresca la Berlinale con un delicioso elogio a la felicidad

Efe

CULTURA

El director británico ha presentado «Happy-Go-Lucky».

12 feb 2008 . Actualizado a las 21:12 h.

El británico Mike Leigh refrescó hoy la Berlinale con «Happy-Go-Lucky», un elogio a la felicidad por mucho que las criaturas felices puedan enervar al resto del mundo, en una jornada compartida con el documental «Standard Operating Procedure», sobre las torturas a presos iraquíes en Abu Ghraib.

«El mundo no es maravilloso, por eso es importante responder con optimismo al negativismo de la vida», afirmó Leigh sobre el mundo que retrata en su comedia, construida sobre una joven londinense empeñada en ser feliz incluso cuando le roban la bicicleta.

Poppy, interpretado por Sally Hawins, es esa muchacha inmune a la amargura que viste como vive, en colorines. El reverso de la moneda es Scott -Eddie Marsan-, un profesor de autoescuela torturado y «torturante», enfermo de su propia bilis interior.

Del cruce de ambos surge un film delicioso con escenas magistrales, como una clase de flamenco impartida por una sevillana que trata de inculcar a su alumnado el secreto del taconeo como arma para marcar el territorio, en la vida y en el amor.

«El flamenco es sexy, rabia, fuerza y pasión. Incluimos la escena mientras desarrollábamos el personaje porque pensamos que cuadraba en el esquema vital de Poppy, ahí la catapultamos», explicó Leigh.

«Poppy es una muchacha que ama la vida», resumió Hawins. El acierto de Leigh consiste en reflejarlo y a la vez demostrar que no es una «Party Girl» sin cerebro, sino un ser dotado de una enorme sensibilidad para captar traumas ajenos y dar respuestas adultas, cuando la situación lo requiere.

Leigh encandiló a la Berlinale con una película que se aparta de su estilo más social o dramático, como «Secretos y mentiras» (1996) o «El secreto de Vera Drake» (2004). «No es una película de seres blancos o negros, es una película con seres dominados por el lado oscuro o por el lado positivo, pero sin unilateralidad», dijo Leigh.

El mundo en colorines de Poppy arrancó risas y ovaciones, en una jornada marcada por el pase del film de Errol Morris, el primer documental a competición en la historia del festival.

Morris secciona en su película, con la meticulosidad de un médico forense, las fotografías que en 2003 sacudieron al mundo, en que se mostraba a soldados estadounidenses humillando y torturando a presos iraquíes y posando sonrientes junto a sus cuerpos.

Dispone de un material de excepción: los testimonios de sus protagonistas, como la soldado Lynndie England, la de la famosa fotografía con un preso atado como un perro, o su compañera Sabrina Harman, que sonreía haciendo la señal de la victoria.

Ambas cuentan a la cámara hasta el último detalle cómo y por qué fueron tomadas esas imágenes. England relata su experiencia en un ejército donde la mujer no puede mostrar flaquezas y explica que se dejó hacer esas fotos para impresionar a su novio, Charles Graner.

Morris plantea lo ocurrido en Abu Ghraib como parte de una «Standard Operating Procedure» -o sea, procedimiento habitual con presos iraquíes-, en que el acto de desnudar a los reclusos y hacerlos posar ante mujeres soldado era una forma de vejación sexual.

La cárcel iraquí, como otras instalaciones del ejército de EEUU en ese país, se levantó de acuerdo a un plan, y lo ocurrido no fue obra de un grupo de soldados, más o menos embrutecidos, sino que respondía a una estrategia concreta refrendada desde arriba, según la película.

El problema es que los 118 minutos de frío documental, en que se combinan el relato de sus testigos con las fotografías, más las escenas de ficción representando algunas torturas, no despiertan la empatía. Una autopsia puede establecer la causa de una muerte, pero no el móvil del asesino.

Completó la jornada «Bam Gua Nat» -«Day and Night»-, del coreano Hong Sangsoo. Como es habitual en la Berlinale con las películas asiáticas, se proyectó en la disuasoria sesión de las nueve de la mañana y sus 145 minutos no impulsaban a hacer el esfuerzo de madrugar.

Quienes cumplieron con su obligación se encontraron con un film algo hueco, pero agradable, sobre el diario de un coreano huido a París por un problema policial.

El hombre alterna las conversaciones nocturnas con su esposa, en Seúl, con largos paseos con una bolsa de plástico por un mundo que no le pertenece, donde ni se roza con los franceses y donde su único reducto son los compatriotas.

Pasan por él una sucesión de mujeres -de la propia a las que va conociendo-, todas coreanas, todas idénticas, todas mentirosillas, hasta que una de esas mentiras le hace volver a Seúl.