Calatrava remata con ayuda gallega la mayor estación de tren de Europa

Juan Oliver

CULTURA

La firma coruñesa Emesa culmina en Lieja el montaje del gran proyecto europeo del arquitecto valenciano

10 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Al llegar a la ciudad por autovía parece como si un inmenso pez manta de acero blanco y cristal se hubiera posado sobre el lecho de vías y catenarias. Pero desde dentro, paseando por los andenes, la sensación se transforma, y el visitante siente como si le hubiera engullido no una raya, sino un gigantesco cetáceo cuya catedral de barbas de metal vuela a casi 150 metros de altura sobre los tejados y el río.

Hace poco que la empresa coruñesa Elaborados Metálicas (Emesa), filial de la multinacional Isolux Corsán, terminó de levantar la estructura de la nueva estación de tren de Lieja, cien kilómetros al este de Bruselas. El proyecto, diseñado por Santiago Calatrava con un presupuesto de más de 320 millones de euros, se inaugurará este año y pretende servir de espoleta para la recuperación de una zona sumida desde hace años en una profunda crisis económica y social. «Será la más grande de Europa. Debe ser visible y facilitar el tránsito al máximo. Así es como la he concebido», dice el arquitecto valenciano.

Las obras de Calatrava están ideadas para estimular los sentidos, gusten o no, y sea cual sea el origen de quien las contemplan. Y saber que las 11.000 toneladas de acero que penden sobre tu cabeza han llegado procedentes de una fábrica en Coirós, y que han sido montadas y ensambladas gracias al ingenio de un puñado de gallegos, convierte ese estímulo en una suerte de orgullo patrio difícil de describir. «A diferencia de otras obras, las estructuras de Calatrava tienen una característica estética muy especial. Son muy arriesgadas técnicamente, de forma que no puedes hacer absolutamente nada mal», aseguran los portavoces de Emesa. No es la primera vez que trabajan con Calatrava: la estación de Lisboa y la Torsion Tower de Malmö, en Suecia, llevan también su firma. Pero el de Lieja ha sido su proyecto más complicado. Primero, porque hubo que idear un sistema para construir, mover y encajar al milímetro un espinazo de 39 costillas metálicas de 220 metros de largo. Y segundo, porque se hizo sin que la estación dejara de funcionar ni un día y sin causar retrasos a los pasajeros. Ni siquiera a los usuarios de los AVE que conectan Lieja con Alemania, Holanda y Francia.

Mérito

El mérito es de los cerca de 160 empleados de Emesa que han pasado por la ciudad, como Xesús Barreiro, Francisco Caamaño y Xosé Lema, jefes de equipo en cuyo currículo se incluyen obras emblemáticas como el puente de Rande, la torre Picasso y la terminal T4 de Barajas, en Madrid. Según la empresa, sin ellos y sin su experiencia habría sido imposible rematar el proyecto en la fecha pactada, cumpliendo plazos y presupuestos y, sobre todo, sin ningún accidente grave.

Todos han pasado una larga temporada en Lieja, ciudad que pertenece a uno de los países más desarrollados del mundo, pero donde la crisis industrial ha dejado, como en casi todo el sur de Bélgica, una amarga sensación de ruina. La renta por habitante no alcanza la media del país, ni siquiera la europea; el paro roza el 14% y parte el empleo se nutre de la hostelería, con decenas y decenas de bares decadentes donde pasan las horas trabajadores desempleados, cuarentones prejubilados y jóvenes ociosos.

La nueva estación, que ya atrae turistas y que será el núcleo de un ambicioso plan de renovación urbana, parece su única salida de futuro. Y cuando el visitante la observa, desde dentro o desde fuera, la raya-ballena le devuelve entonces otra nueva sensación difícil de explicar. La de sentirse vanidosamente cerca del ese grupo de gallegos que han contribuido a repintar de blanco el espíritu gris de la ciudad.