Una de las grandes virtudes de la Seminci está en su empeño por dar protagonismo y devolver la confianza a cinematografías de terceros países que por diferentes razones han pasado o pasan por situaciones de cierta crisis.
Ayer le tocó el turno a Argentina y a Polonia. En XXY, Lucía Puenzo, novelista, guionista e hija del veterano director argentino Luis Puenzo, se estrena como directora con un asunto en torno a la adolescencia, con su despertar a la sexualidad y su búsqueda de espacio propio, en el que además colaboran su padre y su hermano Nicolás como cámara.
Nuevo cine argentino
La propia Lucía parece tener claro que «el nuevo cine argentino no puede seguir apelotonado bajo un mismo título: la realidad es que no podría tener estéticas, tonos y géneros más distintos».
Por ahí van sus tiros, pues aunque la adolescencia es tema manoseado por el cine, en su guión consigue dosificar lo que un buen drama requiere: dramatismo, emoción, violencia y sutileza, a partir de Álex, un hermafrodita que se debate con sus padres sobre la conveniencia o no de someterse a una intervención quirúrgica que le permita decantarse por
uno u otro sexo.
Con un reparto encabezado por Ricardo Darín (gran actor, aunque siempre en personajes como ulcerosos) en el padre del protagonista, la película, coproducida con España, luce una dirección sólida que se ocupa de manera muy particular del trabajo de los actores, con ese nivel actoral que suele ofrecer la cinematografía argentina independientemente del carácter del proyecto, del tamaño económico o del resultado de la película. Desprende aroma a premio.
La película polaca, Plaza del Salvador, codirigida por el matrimonio Krzystof Krauze y Joanna Kos-Krauze, comenzó como proyecto para una serie de televisión y se quedó en una película tan sólida en lo cinematográfico como cruel y trágica en su trama, que hurga en la llaga de la situación social de la actual Polonia, y en un tono que bien podría firmar Ken Loach.
Polonia hipotecada
Realismo descarnado a partir de la crisis de un matrimonio joven y con dos hijos, endeudados hasta las cejas con una hipoteca que se va al traste por un desvergonzado empresario inmobiliario que se larga con la pasta. Sostenida sobre un guión sin fisuras, muy bien interpretado (el protagonista parece un clon de Daniel Craig), ofrece la dura teoría de que Polonia es un país hipotecado. Lo hace con sutileza y sin recurrir a trazos de brocha gorda. Otra película que pondrá las cosas complicadas al jurado de cara al reparto de premios.