Alejandro Corral, coruñés residente en Nueva York: «Salir a la calle era como meterte en un cenicero, no se podía respirar»

VIVIR A CORUÑA

Es arquitecto y vive desde hace un año y medio en Manhattan. Esta semana ha visto cómo en su ciudad se desataba el caos provocado por la bruma de los incendios de Canadá

10 jun 2023 . Actualizado a las 14:49 h.

Nueva York ha dejado en los últimos tres años postales apocalípticas que solo tenían cabida en la ciencia ficción. Esta semana, la Gran Manzana vivió un dejà vu que viajaba hasta los meses de pandemia, donde los vuelos se cancelaban y las mascarillas borraban los rostros. No era una crisis sanitaria del calado de covid, pero los hospitales multiplicaron las visitas de pacientes con problemas respiratorios. La insalubridad del aire alcanzó cotas históricas en la urbe, un récord que se hacía tangible con la imagen de un Manhattan completamente cubierto por la bruma. 

El sinfín de incendios que asolaron Canadá estos días, y que ahora comienzan a dar una tregua, puso en estado de alerta —y también de shock— a Alejandro Corral, un arquitecto coruñés que lleva casi dos años residiendo en Nueva York. Vecino de la zona del Upper West Side, el viernes ya tenía otra peripecia más que contar de su estancia en Estados Unidos, marcada inevitablemente por la pandemia. «Hoy está mucho mejor que estos días, aunque el olor a quemado no se ha ido, por lo menos hay visibilidad», comenta mientras envía un vídeo donde, efectivamente, queda claro que salir a la calle era una misión imposible.

«El miércoles salir a la calle era inviable, no se podía respirar y para los ojos era terrorífico, porque esa bruma los reseca y picaban muchísimo; por definirlo de algún modo, era como meterte en un cenicero lleno de cientos de cigarros apagados, además acababas con un dolor de cabeza insoportable». Así las cosas, continúa, fueron muchas las empresas que optaron por mandar estos días a sus empleados a casa, ahora que el teletrabajo forma parte de la rutina de infinidad de trabajadores. «Nosotros nos fuimos porque, aún con las ventanas cerradas, entraba bruma en la oficina y era muy desagradable».

Esto ocurrió el miércoles y, durante dos días, Alejandro volvió a conocer el confinamiento, tapabocas mediante. «Esos dos días nadie salió de casa salvo que fuese algo obligatorio; de hecho las tiendas estaban cerradas y apenas había transporte». El color del cielo, que fue pasando de un naranja intenso a un gris plomizo, auguraba buenas noticias que, el viernes se hicieron realidad, al poder retomar los neoyorquinos, paulatinamente, su vida normal.