El 8M que cambió la historia: cinco años de la mayor revolución feminista de A Coruña

Fue como un ensayo general de lo que estaba por venir: la sentencia de la Manada, el goteo constante de crímenes machistas y una fecha que desde entonces se tiñó definitivamente de morado. El 8 de marzo del 2018 más de 35.000 personas salieron a las calles de A Coruña y empezaron a corear proclamas que durante este tiempo no han perdido vigencia. «De camino a casa quiero ser libre, no valiente» o «si tocan a una nos tocan a todas» son una declaración de intenciones que ya ha marcado la infancia de miles de niñas. Con 49 mujeres asesinadas por violencia de género en España el pasado año, la Ley del «solo sí es sí» marcando el pulso político y el debate sobre la prostitución encallado en el Congreso, este lustro ha servido para convertir el feminismo en un movimiento que atraviesa todas las esferas de la vida, pero que se ha ido fracturando hasta convertir la causa en una guerra abierta entre bandos antes cohesionados.

En marzo del 2018 todo resultaba más naíf. El MeToo había puesto en el foco mediático el acoso, la cultura de la violación, la luz de gas y el silencio al que se somete a las mujeres, al pertenecer de forma coyuntural a un eslabón social más débil. Las redes sociales vertebraron el movimiento de denuncia que comenzó meses atrás gracias a una investigación del New York Times, que publicaba, con nombre y apellidos —el del temido productor de Hollywood Harvey Wenstein—, el horror al que había sometido a decenas de actrices. A cambio de jugosas apariciones en el cine, estas tenían que acceder a sus deseos sexuales; de lo contrario, les esperaba un calvario profesional y personal sin parangón.

Pie de foto. Firma

Las coruñesas toman las calles este 8-M

ELENA SILVEIRA / MARCOS MÍGUEZ / ÁNGEL MANSO

La tela de araña que se fue tejiendo trascendió los límites del mundo virtual, traspasó fronteras y alcanzó todo tipo de sectores. Al menos sobre el papel, pues en la práctica infinidad de mujeres siguen sin atreverse a dar el paso de denunciar por miedo a la revictimización. La cuestión es que la semilla estaba plantada y el 8M se vieron los primeros frutos a este lado del Atlántico. El consistorio local escogió aquel viernes como festivo, lo cual ayudó a que desde primera hora de la mañana la ciudad se llenase de actos reivindicativos y mujeres portando banderas moradas. Además, estaba convocada una Huelga Internacional Feminista que puso en jaque a no pocas compañías, dejando en evidencia la importancia de la mano de obra de las mujeres en el tejido empresarial. 

Rosalía de Castro salió de paseo como nunca antes, encabezando su efigie infinidad de actos y marchas en Galicia, en agradecimiento a que caminase para que otras pudiesen correr. Considerada, al menos en términos mainstream, la primera feminista gallega, desde entonces el merchandasing que liga a la autora de Follas Novas con este movimiento hace de oro a no pocas marcas. 

Las manifestaciones de aquel año fueron tan multitudinarias —en A Coruña casi acumuló tantos participantes como la protesta del Nunca Máis— que muchas compañías empezaron a utilizar el feminismo como bien de consumo, causando una de las primeras grandes fisuras del movimiento. En el 2018, además, el mensaje era rotundo, contundente y único: acabar con el patriarcado para alcanzar una igualdad real. A lo largo de este lustro, y con la aparición de nuevas realidades y conflictos, el movimiento navega por mares diferentes. De hecho, la ruptura entre quienes antes eran aliadas ahora es prácticamente total, principalmente por dos temas: la ley trans y la prostitución.

PSdeG y BNG lanzan sus campañas contra el «negacionismo» al 8M y el «purplewashing»

La Voz

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