Unos testigos huraños y retorcidos

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

SADA

Manuel Blanco entró en el juzgado con un cargo de asesinato atado al cuello. Salió sin él porque el fiscal «acabó por fatigarse justamente y por retirar la acusación»

02 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Si Manuel comparecía ante el jurado para responder por un cargo de asesinato, el que acabó penando fue el fiscal. El «embrollo mayúsculo» y exasperante que lo esperaba en la sala acabó por hacerle perder la paciencia y tirar la toalla.

Los hechos que se juzgaban habían ocurrido dos años atrás, cuando se celebraba una fiesta «de organillo» en la parroquia de Carnoedo (Sada). Aquel día, «recibió a sus amistades» una vecina «devota del baile en todo tiempo». Quizás, la misma protagonista de la siguiente nota, publicada unos meses antes de la verbena: «El alcalde de Sada autorizó a la vecina de Carnoedo Josefa Díaz Sánchez para dar bailes públicos en su domicilio los días festivos».

El caso es que allí se encontraron Manuel Blanco Mosquera, «un rapaz marinero», y Francisco Díaz Couzo, labrador, que «bailaron con una moza que era o había sido novia de este». Al parecer, Blanco «también la cortejaba», y se pasó la velada «hosco y agresivo». Pasada la medianoche y concluido el sarao, «cuando la rapaza salía con otras amigas, se vio que los dos muchachos, uno en pos de otro, se alejaban».

Se oyó un disparo y al instante un «tropel de gente [...] pudo ver tendido y sin vida a Paco». Manuel fue detenido. Pasó un año entre rejas, y «procesado al fin, surgió una cuestión previa». Nada más comenzar el juicio proclamó que el autor del crimen era un tal Francisco Vales, conocido por el Lagoeiro. «He callado hasta ahora porque Vales y su familia me ofrecieron protección y libertad. Veo que me abandonan, y canto», espetó al juez. La vista se suspendió porque el tribunal accedió «a la práctica de diligencias suplementarias».

«Cuanto dije fue una tontería»

El nuevo sospechoso era «un muchachote de familia acomodada». «Llamado a capítulo el vecindario entero de Carnoedo [...], no hubo modo de arrancar una sola declaración contraria al Lagoeiro [...]. Tampoco nadie depuso en contra del mozo acusador, que se moría de impaciencia en la cárcel». Así las cosas, el marinero decidió retractarse y «presentarse ante los jueces, disculpando al Lagoeiro», pero insistiendo en su propia inocencia. El juicio se reanudó meses más tarde con el interrogatorio del fiscal, «señor Hernández», al procesado:

«-Decíamos ayer... que el Lagoeiro es el autor del homicidio.

»-No, señor. Cuanto dije fue una tontería. Malos consejos de la cárcel».

Ahí, el representante del ministerio público fue a por él:

«-Usted y Díaz eran rivales por el amor de una muchacha [...], de Secundina Rodríguez, ¿verdad?

»-No hemos tenido nunca enemistad [...]. Yo no fui nunca novio de Secundina. Alguna vez bailé con ella, alguna vez fui de tuna a su puerta, pero nada más.

»-Y el muerto, ¿tenía con la moza relaciones formales?

»-No sé, no sé».

Manuel no se movió un ápice, «no hubo modo de arrancarle más». Tras él, desfilaron los testigos, «¡vaya una serie de testigos huraños y retorcidos!». La primera, Secundina, «muy maja con su chambra blanca y su toquilla oscura». Preguntó Hernández:

«-¿Qué hora sería cuando...?

»-No soy hombre para gastar reloj.

»-¿Era usted novia de Francisco?

»-De nadie. Hablo con todos. Quedar bien no cuesta dinero».

Lo último que dijo fue: «No se moleste, porque no sé nada». Su hermana, siguiente en ser preguntada, salió también por peteneras. Y el Lagoeiro, a continuación, «a poco más acaba por decir que no conoce al procesado».

Y llegó el interrogatorio de la madre del muerto:

«-¿Jura usted decir la verdad...?

»-Entre las siete y las siete y media de la tarde del día 30...

»-¡No! Si jura usted decir la verdad.

»-Ah, sí. Pues entre las siete y siete y media...

»-¿Conoce usted al procesado?

»-Entre las siete y...».

«Jesucristo no fue»

No sin esfuerzo, el fiscal logró arrancarle que «le llevaron a su hijo muerto y que no sabe quién lo mató». Y aún consiguió que respondiese a una última pregunta:

«-¿Sería el Lagoeiro? ¿Sería Blanco?»

»-Uno de los dos. Jesucristo no fue».

Agotado y «en vista de lo deleznable de la prueba», el representante del ministerio público «acabó por fatigarse justamente y retirar la acusación. ¿Quién condena así?». Lo único que había quedado claro (durante la instrucción) era que el disparo había sido hecho desde una cierta altura y a distancia, «y ya va dicho que Paco y Manuel caminaban juntos».

En el momento en el que oyó que Manuel había quedado libre, «Secundina, causa inconsciente del crimen, tuvo un destello de alegría en sus lindos ojos negrísimos».