-¿Cómo financian sus viajes y estancias en estas expediciones?
-A través de nuestra oenegé, Solidaridade Galega, a la que nosotros mismos aportamos cuotas. También recibimos el apoyo del Concello de Oleiros y del hospital Arquitecto Marcide, además de los particulares que donan voluntariamente a la causa. Sin embargo, al ser una oenegé pequeña, muchas veces tenemos que pagarnos los pasajes o el hotel nosotros mismos. No somos Médicos Sin Fronteras, aquí la realidad es otra. Llevamos el instrumental médico en la maleta.
-¿Qué le empujó a trabajar en estos países?
-Me llega por el boca a boca. Un compañero de A Coruña con el que coincidí trabajando me habló del proyecto. Él llevaba tiempo yendo y yo decidí sumarme.
-¿Es habitual esta implicación en las plantillas de hospitales?
-Hay mucha gente que quiere ir a estas expediciones y se queda en tierra por falta de logística, porque no hay capacidad para mover equipos más grandes. Sobra personal, pero faltan medios.
-¿No le asusta la posibilidad de contraer alguna enfermedad?
-Antes de salir nos ponemos todas las vacunas necesarias. Aunque en mi caso no he estado en zonas de epidemia, siempre hay un pequeño riesgo que tienes que afrontar.
-¿Cómo es el primer día de vuelta en casa?
-Lo que más me llama la atención es lo silenciosos y sosos que somos aquí. En Nicaragua, por ejemplo, la gente grita y canta por las calles. Son muy pobres, pero todo está lleno de vida y de música. También te das cuenta de lo afortunados que somos.
-¿Tiene pensado volver?
-Por supuesto. Creo que la siguiente expedición no me va a coincidir bien, pero otra será.