Un fuerte sentimiento de propiedad

Antonio Sandoval Rey

OLEIROS

antonio sandoval rey

Los andarríos chicos se reparten la costa por tramos, y los defienden como propios

20 oct 2018 . Actualizado a las 08:58 h.

He venido paseando desde Santa Cristina, por la orilla de Oleiros y bajo el puente de A Pasaxe, hasta la ría de O Burgo. Acabo de salir de una comida algo copiosa, de modo que he decidido estirar un poco las piernas a la vez que cavilo en torno a una conversación que surgió en los postres. En esas estoy, cuando un pequeño alboroto que reconozco al instante llama mi atención casi a mis pies. Es un trino repetitivo, agudo e indignado, como de vendedor callejero a quien alguien intenta birlarle un producto. Me asomo a la barandilla y enseguida localizo la persecución. No se trata de la denuncia de un robo, sino de una pelea de vecinos.

El andarrío chico que huye delante, hacia la orilla opuesta, no dice ni mu. Sabe que lo que hacía no era muy correcto. El que le persigue continúa dando voces un par de segundos antes de considerar que ha sido suficiente, trazar un arco de vuelta sobre el agua y regresar hacia donde estoy. Se posa cerca, con gesto tieso, alerta, y esta vez me recuerda a un guardia de seguridad obligado a trabajar en un establecimiento en el que abundan los hurtos. Incluso me da la impresión de que me dirige una ojeada de sospecha.

Cuestión de marcos

¿Pero de qué discutían esos dos vecinos, y de manera tan airada? Pues nada menos que... ¡de los marcos de sus fincas! El expulsado pretendía mover uno de los del otro. O lo que es casi lo mismo en su caso, entrar en su terreno a robar algún pequeño crustáceo. Y este respondió como suele ser tradicional: expresando su disconformidad con cierta exhibición de poderío vocal. Nada nuevo en esta parte del planeta.

Ahora bien, como son aves, y además recién llegadas a pasar el invierno, ¿a qué me refiero cuando hablo de marcos? Pues a algo que solo ellos dos saben. Probablemente, por mucha paciencia que yo dedicase a deducir los límites de la finca de cada uno a partir de sus movimientos y altercados, siempre me quedaría con la duda acerca de por dónde discurrirá exactamente la divisoria entre sus dominios. Una divisoria que acaso sea más flexible que las humanas, además, como resultado de esas incursiones constantes en los bordes de los terrenos ajenos.

Y es que resulta que los andarríos chicos que van a pasar aquí los meses más fríos hace ya tiempo que han ido delimitando sus respectivas propiedades en las orillas de la ría, a base de disputas como la que acabo de presenciar. Más aún: se van a pasar así muchas horas de aquí a mayo, cuando regresen a sus lugares de origen. En esas fincas que consideran suyas dejan entrar a otras especies de aves, pero no a sus congéneres.

Un día tengo que intentar hacer un plano de las haciendas de los andarríos en esta ría. ¿Cuál será la más extensa? ¿Y la más próspera en nutritivos invertebrados? Por el momento debo volver a ocuparme de mis propios asuntos, esos que me han dejado tan pensativo tras la charla del postre.