Daniel Zapata continúa conduciendo a los 89 años: «Sorprendo a los de los psicotécnicos»

OLEIROS

Elena Silveira

Este vecino de Oleiros asegura que nunca tuvo que acudir al médico «por cosas graves, solo tuve alguna gripe»

17 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Sí, sí. Aún puedo conducir e ir de caza. Y estoy muy agradecido al Señor o a quien nos vigile desde lo alto por poder seguir haciéndolo». Daniel Zapata cumplirá el próximo 4 de noviembre 90 años. Es decir, todavía tiene 89 pero él ya se adelanta «y digo que tengo 90». Y no es extraño que se enorgullezca de ello porque, tal y como está de salud, cualquiera pagaría lo que no tiene por tener su lozanía. «No sé lo que es sufrir enfermedades en todos mis años. Nunca fui al médico por cosas graves, solo tuve alguna gripe». Sobre el secreto de esa eterna juventud, dice no tener la receta. Quizás tan solo es buena genética. «Pues yo nunca hice dieta ni nada especial. Aunque mi abuela ya murió casi a los 97 años». 

Conductor prudente

Con esa alegría, aunque con precaución, se pone al volante de su coche, un Renault que acumula kilómetros pero que le hace un buen servicio a él y a su esposa, Manuela Varela García. «La verdad es que no lo cojo mucho. No suelo meterme por las grandes ciudades, porque eso me da mucho respeto, tan solo hago recorridos cortos y por donde conozco», explica. Y, eso sí, la documentación y los permisos los tiene en regla: «Los del psicotécnico están sorprendidos conmigo. Soy el cliente de mayor edad que tienen, claro, y yo diría que el mejor», bromea. De hecho, a sus 89 años, bueno... 90 años, tan solo le da la lata una hernia, por la que estuvo ingresado. «Nada grave», insiste.

El mérito de Daniel no se limita a tener el arrojo de conducir con 90 años o a disfrutar de un desparpajo envidiable. También sus ganas por vivir nuevas experiencias es objeto de admiración. De hecho, ya desde pequeño fue un poco aventurero. «Anduve mucho por el mundo adelante. Siempre fui un poco diferente al resto de mis hermanos [él era el más pequeño de los nueve], y también de mis amigos, de los que quedan pocos, la verdad». Nacido en Xubín, junto a la vieja iglesia, Daniel relata que su vida dio mucha vueltas: «Hice de todo... menos robar». Vivió con su mujer los años críticos de racionamiento cuando regentaban el ultramarinos y estanco de su familia política en Dorneda. Fue a Venezuela, donde estuvo viviendo seis años: «Me fui para allá sin oficio ni beneficio. Trabajé en el sector de la construcción como carpintero y vine con las mismas riquezas que me fui para allá. Curiosamente fue aquí donde hice más dinero comprando y vendiendo propiedades», relata. También fue a Cuba en tres ocasiones y vio los amaneceres del desierto cuando hizo el servicio militar en África, allá por 1949. «Además sé cantar un poco, sobre todo rancheras», quizás inspirado por los sinsabores de ser autónomo. Recuerda que los años «de la mili» fueron duros, pero también los más fructíferos en amistades: «Muchos eran vascos, asturianos y otros de Barcelona. Daría lo que fuera por encontrar alguno de aquellos años en Melilla, del Régimen 33 de Artillería. Daría algo por reencontrar aquellas amistades, algunos de los cuales expusieron su vida por mi. ¿Crees que a través de este reportaje podría localizar a alguno?», pregunta Daniel. Su mujer, Manuela, lo mira asintiendo a todo lo que dice y le recuerda que con alguno tuvo oportunidad de revivir experiencias. «Sí, pero perdí el contacto. Seguirán vivos?», le pregunta con algo de esperanza.

Daniel y Manuela se conocieron en un baile. «En el primer encuentro no me gustó. Pero, por un capricho de gallito fui detrás de ella y me enamoré». Y así hasta hoy, con cuatro hijas, siete nietos y siete bisnietos. «En unos días tendremos el octavo», adelanta Manuela. «Esta es la felicidad completa: verse bien a nuestra edad con la familia tan maravillosa que tenemos», incide Daniel.

Un experto cazador

Zapata tiene el coche lleno de gorros, viseras y sombreros. Forman parte de su uniforme de cazador, su gran afición. En el maletero tiene de todo tipo y, para hacerse una fotografía, escoge la más llamativa. «¿Qué tal con esta?», pregunta. Confirma que ahora en los montes de Oleiros no hay más que jabalíes y eso no le anima: «Soy de perdiz, de conejo, de liebre... Y ahora eso ya no abunda», se queja. Por cazar incluso cazó en África y en Venezuela. «Es algo que llevo haciendo toda mi vida. Con ello disfruto», dice.