El tesoro que esconde Mesía en medio de prados y granjas

Cristóbal Ramírez

MESÍA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

En Visantoña se encuentra el Aula da Natureza Brañas de Valga

09 ene 2022 . Actualizado a las 21:31 h.

Como quien dice a medio camino entre Santiago y A Coruña, o entre A Coruña y Santiago, el Concello de Mesía ha ido perdiendo la gran importancia histórica que tuvo en la Edad Media pero en absoluto belleza. Una belleza que ya poseía cuando se romanizó Galicia, y toda esa zona que queda entre las tierras de Compostela y el concurrido Golfo Ártabro se convirtió en tierra de paso.

Mesía es ahora mismo un lugar abierto de intensa repoblación arbórea que ha cambiado el paisaje, cierto, pero de enormes y verdes prados y de granjas de vacuno por un lado y otro. Y ahí, en la parroquia de Visantoña, a la cual es muy fácil y cómodo acceder en poco más de media hora tanto desde Compostela como desde A Coruña, abre sus puertas un magnífico emplazamiento con museo incluido. Es el Aula da Natureza Brañas de Valga.

No se trata de descubrir nada nuevo: inaugurada en el 2009, es conocida. Pero justo es reconocer que tal conocimiento se asigna a los escolares de la comarca, de algunos de A Coruña y de algunos de Santiago. Sin embargo también resulta justo reconocer que es el típico sitio que debería recibir la visita de todos los gallegos.

Industria abandonada

Para ser sinceros, la entrada no puede ser calificada de fea, sino de horrorosa, con instalaciones industriales enormes en total estado de abandono. Son cien metros hasta el muy amplio aparcamiento —en realidad, el del campo de fútbol local— en los que todos los ocupantes del vehículo, lógicamente menos el conductor, deben ir con los ojos cerrados. Se trata de un raro pero buen consejo.

Y ahí el panorama cambia por completo al tener delante esa espectacular laguna artificial. Hasta el último detalle está cuidado, lo cual incluye una bajante de agua que constituye todo un ejemplo.

Unas instalaciones de las llamadas biosaludables y un parque infantil dan la bienvenida, una vez dejado atrás el ampuloso edificio de recepción. El paseo alrededor de la laguna mide 800 metros y lo animan tanto tres instalaciones para comer al aire libre —mesas y bancos de madera o de granito, algunas cubiertas y unas pocas no— como las numerosas y vistosas anátidas que andan a su aire por las orillas, y eso incluye a patos de diversas especies y a los esbeltos cisnes.

Un bar y una panadería (de gente muy amable uno y otra, por cierto) abren sus puertas en la carretera, antes de desviarse a la laguna, y permiten reponer fuerzas. O, si se prefiere, se da marcha atrás y en Visantoña se para a la entrada, ya que a la izquierda continúa su andadura el Mesón de Visantoña (¡ahí se encuentra de todo!), perteneciente a la red Comercio Rural Galego, una excelente iniciativa de la Xunta bipartita anterior a la actual y que la Administración Feijoo mantiene en el ostracismo. A escasos metros, carretera por medio, se alza un altísimo cruceiro que tiene en su fuste redondeado el elemento más llamativo.

Frente a él, la iglesia de San Martiño, de ornamentación muy austera, planta rectangular de dimensiones notables y destacando en su fachada el airoso y doble campanario. Y al igual que todo lo anterior, en un espacio muy poco frecuentado en estos tiempos y, por lo tanto, donde no hay covid.