El río Samo, cara bonita de un paraje donde el castillo de Mesía pide mimos

cristóbal ramírez

MESÍA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

No es el paraíso, pero tampoco estaría muy lejos de él si hubiera un poco más de cuidado

14 ago 2021 . Actualizado a las 04:55 h.

Tierras altas en la medida en que en el interior de A Coruña las montañas son altas. Pero para peregrinos, caminantes en general y las mulas que en otros tiempos tiraban de la diligencia que unía A Coruña con Santiago, y viceversa, las pendientes no es que les asustaran pero sí que se las tomaban con un cierto respeto.

Y en esas tierras altas está Mesía. Campos verdes, muy verdes, bosques de eucaliptos pero también de especies autóctonas, granjas y más granjas, muy pequeños núcleos de población, casas por lo general muy cuidadas (con las excepciones de rigor)… No es el paraíso, claro, pero tampoco estaría muy lejos de él si hubiera un poco más de cuidado.

El castillo de Mesía está situado en uno de esos agradables lugares dignos de mejor suerte. Es también enclave estupendo para pasar unas horas y olvidarse del covid. De manera que se deja la autopista en la salida Ordes para girar a la derecha, a Lanzá. Poco antes de esta minúscula localidad, a la izquierda a As Travesas por la AC-223. Ahí ya hay un cartel violeta que anima a ir al castillo. Inmediatamente, una entidad bancaria, la Casa do Concello y un par de cafés.

Se sigue esa carretera, ancha y cómoda, 3,6 km, hasta que otro cartel anima a perderse por la diestra, continuar 2.100 metros y dar con un humilde templo que se abre dos veces al año: el 16 de julio, el Carmen, y este lunes. Frente a él se aparca el coche. Esas casas son A Pobra.

La primera buena noticia es que ahí mismo se encuentra un bar que ha sido ampliado, con terraza, agradable su interior y, además de ofrecer una amplia colección de vinos, es posible comer menú o a la carta. Súmesele algo fundamental: la mujer que desde hace un par de años está al frente es simplemente encantadora.

En teoría, solamente en teoría, ahí arranca una ruta señalizada que permite dar la vuelta al castillo. Cierto: la entrada a ese espacio del que parte es triste y su estética resulta francamente mejorable a poco que se haga, y encima las balizas, menos las primeras, están ocultas.

Dicho eso, el camino, descendente, destila encanto. El castillo va a quedar ahí mismo, a la derecha, con sus piedras prácticamente tapadas por todo tipo de vegetación, pero eso no es lo que más va a impresionar. Lo que hará abrir la boca es el foso, que quizás sea el más espectacular de Galicia.

En descenso se alcanza el río Samo. Buena noticia, porque nadie puede negar que es una maravilla. La mala noticia: fin del paseo circular excepto para los más osados y, desde luego, sin niños.

Marcha atrás al punto de partida y a girar a la diestra, para bajar al foso y subir por un sendero bien empinado hasta el interior del castillo. La falta de cuidados es la responsable de que apenas se vean trocitos de muro: la vegetación lo invade todo. Por supuesto que es precioso, pero el viajero que ha venido desde cualquier punto cardinal estaría más contento si viese bien la fortaleza.