Represión en los reformatorios de A Coruña: «Las toallas mojadas no dejan marca»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Belén López Cillero saca a la luz el calvario que sufrieron centenares de niñas y mujeres internadas en los cinco correccionales franquistas de la provincia hasta 1993

13 oct 2025 . Actualizado a las 14:02 h.

 A la coruñesa Elena Fariña le quitaron a dos de sus hijos. Solo por ellos no denunció al funcionario del Tribunal Tutelar de Menores que aún está trabajando —conoce su nombre— y que ocultó los abusos que cometieron las monjas de María Inmaculada de A Coruña a finales de los años 80. Ya había desaparecido el Patronato de Protección a la Mujer (1941-1985), institución fundamental del franquismo presidida por la esposa del dictador para encarrilar a «mujeres caídas o en riesgo de caer», y los 900 reformatorios propagados por España deberían estar cerrados. 

Pero no era así. «Elena es la demostración de que al menos hasta 1993 se mantuvieron las prácticas aberrantes», remarca la investigadora Belén López Cillero, autora de un trabajo sobre la junta provincial del Patronato en A Coruña, que topó con un muro infranqueable al intentar acceder a los archivos históricos donde se guardan las pruebas del horror. «A las monjas siempre se les inundan los archivos», protestó amargamente una de las víctimas en un encuentro reciente en A Coruña. También a la Administración le sobrevienen desastres naturales, según comprobó López Cillero. 

Guatas en las rodillas

«Fui tutelada por Menores desde los 11 años. Venía de una familia desestructurada, mi padre era alcohólico, nos pegaba. Yo tenía que ser rebelde porque en mi casa solo había violencia», relata Elena, que recibió palizas de las monjas «con toallas mojadas, porque no dejan marca», y con 48 años afirma llevar grabada la tortura para el resto de sus días.

«Nos daban un hornillo para derretir jabón Lagarto, que hacía mucha espuma, y pasábamos días enteros fregando de rodillas para quitarla del suelo. Recuerdo una madrugada que tenía las rodillas tan desechas que vino una monja y me puso unas guatas para poder seguir. Pero lo peor era cuando teníamos que ir por los puestos del mercado pidiendo comida. La monja quedaba fuera, en el coche. Era una humillación», narra esta mujer, que el día que cumplió 18 años fue directa a la calle.

«Me llamaron a un despacho y me dijeron:: “Recoja sus cosas. Se tiene que ir del centro. Menores ya no paga sus gastos”. Yo no tenía a dónde ir. Cogí una bolsa con cuatro cosas y me junté con el primero que se cruzó en mi camino. Me truncó la vida. Tuve dos hijos, me los quitaron. Un infierno», dice. Elena consiguió reconstruirse, trabajó en la casa de una familia que la trató bien y conoció a su actual marido. «La vida me devolvió algo bueno, tres hijos maravillosos, una persona que me quiere y no tener malos tratos».

Niñas un día festivo en el reformatorio de las monjas de María Inmaculada en Bañobre, Miño. «A comida era como a dos animais, a sarna, os piollos, o frío, os castigos e os continuos malos tratos da superiora», recuerda una víctima
Niñas un día festivo en el reformatorio de las monjas de María Inmaculada en Bañobre, Miño. «A comida era como a dos animais, a sarna, os piollos, o frío, os castigos e os continuos malos tratos da superiora», recuerda una víctima ARCHIVO SALOMÉ DA TORRE

El suyo fue uno de los cinco reformatorios de la provincia, por los que pasaron 490 mujeres entre 1941 y 1965. «A partir de ese año los ingresos fueron aumentando, llegando incluso a doblar el número», advierte la investigadora. Los otros cuatro correccionales estaban en manos de las oblatas de Santiago y Ferrol, las adoratrices de A Coruña y las religiosas de María Inmaculada de Bañobre, en Miño, donde en 1971 entraron Pilar, con 12 años, y su hermana, con 10. «Había nenas moi pequenas, foi un calvario, a comida era como a dos animais, a sarna, os piollos, o frío, os castigos e os continuos malos tratos da superiora», recuerda Pilar.

«Malleiras habituais e fame permanente», resume Salomé da Torre, nieta de los guerrilleros Xosé López Centeno (fusilado) y Carmen Rodríguez Nogueira (encarcelada, violada y torturada), cuyas hijas pasaron cuato años encerradas en Bañobre. «O inodoro atascábase e elas, fillas dos rojos, eran as encargadas de meter a man para desatascalos», revela Salomé.

Ortigas restregadas en las vulvas de las niñas, sábanas ensangrentadas de menstruación colgadas en los patios para escarnio público, centros de concentración de embarazadas, adolescentes pariendo solas, robo de niños, suicidios. «Fue la aberración más grande de la historia de España», denuncia Consuelo García del Cid, escritora, víctima y pija barcelonesa —también las familias bien enviaban a las suyas al reformatorio—, escapada del infierno con el firme propósito de vivir para contarlo.

«Salid todas, porque os vamos a apoyar —alienta—. Llegaremos hasta el final, cueste lo que cueste (...). Pese a todo el sufrimiento, la represión, las atrocidades y la vulneración de todos los derechos humanos que allí se cometían», los reformatorios, «para muchas, fueron una gran escuela de activismo social». Niñas bien, hijas de rojas, huérfanas, completas (vírgenes), incompletas, pobres, violadas, desobedientes, sumisas, rebeldes, autolesionadas «y muchas que nunca recibieron un abrazo», a la espera de reparación.