A Coruña, la ciudad que sublimó la crudeza del brutalismo

A CORUÑA CIUDAD

La película «The Brutalist», una de las favoritas en la carrera hacia el Óscar, ha revalorizado aún más un tipo de construcciones, controvertidas en cuanto a la estética, que tienen grandes referentes en esta ciudad

30 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Esto solo puede pasar en A Coruña». Es la síntesis de lo que ocurrió en esta ciudad en los años del desarrollismo, cuando entre la maleza especulativa florecían construcciones controvertidas en lo estético y lo político que, en esta esquina atlántica, causaban sensación en las clases acaudaladas. Se refiere el arquitecto Fernando Agrasar a la arquitectura brutalista, ese movimiento que muchos acaban de descubrir gracias a la película protagonizada por Adrien Brody The Brutalist, una de las favoritas en la carrera hacia el Óscar, y que en esta ciudad —y su área— acumula grandes referentes gracias a que «el gran poder económico» impulsó sin complejos unos edificios que ahora son iconos.

Santa Cruz (Oleiros) tiene su Iglesia Nueva, obra de Miguel Fisac y construida a finales de los 60; en las ramificaciones de Juan Flórez están el edificio Pou —también de Fisac— y el Trébol, de Carlos Meijide, «con pisos carísimos»; y las Escuelas de Arquitectura son hitos brutalistas que llegaron a la ciudad hace más de medio siglo gracias a la financiación de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, que encargó el proyecto a Juan Castañón y José María Laguna. «Estas arquitecturas se beneficiaron de que A Coruña, pese a tener un puntito provinciano, es muy abierta de mente, muy liberal. Estas novedades arquitectónicas nunca fueron vistas con escándalo, sino con interés», reflexiona Agrasar.

No tenían estos edificios las de ganar. Sobre todo porque el brutalismo «ensalzaba la política de lo austero, con lo moderno cuando estaba prácticamente prohibido porque se identificaba con los ideales de la República, y porque precisamente se venía de la década de los 40, etapa en la que el régimen apostaba por arquitecturas imperiales y muy retóricas». Construcciones como el colegio Santa María del Mar, con su secuencia de huesos de hormigón, representa para Agrasar el epítome del brutalismo, que llegó a España una vez se asentó en países como el Reino Unido y Francia. Tal corriente exponía directamente los medios constructivos, «reclamando la estética de lo real y evidenciando un compromiso social que pretendía abandonar lo abstracto y sofisticado del periodo anterior».

El hormigón fue el material que encontraron los arquitectos para canalizar su discurso crudo, directo y expresivo, que potenciaban mostrando instalaciones como tuberías, cables o pilares «de manera muy primaria y elemental». Este lenguaje artístico se ha revalorizado en los últimos años, poniendo así de relieve construcciones como el edificio Utande, una joya de la arquitectura de Bergondo; la Torre Hercón, el edificio de Hacienda o el desaparecido concesionario de Louzao de Alfonso Molina. Según explica Agrasar esta nueva mirada a los principios del brutalismo es una consecuencia de la crisis del 2008 «y la idea de reformular una arquitectura menos sofisticada, menos para la foto de la revista cara del papel couché».