El viaje inverso que salva los pueblos pequeños

Toni Silva A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Sonia y Borja, junto a sus hijas. Esta pareja se trasladó de Madrid a una casa de Coirós.
Sonia y Borja, junto a sus hijas. Esta pareja se trasladó de Madrid a una casa de Coirós. Marcos Miguez

Numerosas familias han dejado atrás A Coruña buscando aldeas tranquilas de la comarca, y algunas zonas se mantienen con vida gracias a ellas

25 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

La fuga del campo a la ciudad a mediados del siglo pasado inició el declive de muchos pueblos y aldeas. La voz humana dejó de emitirse en muchos rueiros, colonizados por la maleza. Pero hoy algunos se resisten a desaparecer gracias al proceso contrario, más tibio, sí, pero constante y tenaz como el goteo de una estalactita. Los habitantes de A Coruña y el área metropolitana están salvando el medio rural al que acuden dejando atrás asfalto, atascos, ruidos y esa sensación de falta de espacio que enfatizó la pandemia.

Por eso Azoi, una aldea aislada en Oza-Cesuras, sigue latiendo. Porque aquí puso la vista Ramón Aller, exvecino de Vilaboa (Culleredo), cuando buscaba instalarse con su pareja en O Courel. «Tuvimos que reconstruir mucho, solo quedaban las cuatro paredes, pero yo siempre fui de campo, no me gustaban los pisos y siempre quise tener animales», señala Ramón, que ha criado aquí a su hijo con la ayuda de vecinos que ya no están. Obdulia murió a finales del año pasado. Tampoco están ya en la casa de arriba Marcelino y Maruja. Ni María de la Louseira. «Ella venía a recoger a mi hijo y paseaban juntos. Murió en la pandemia». Entre todos formaban una pequeña comuna, una cooperativa emocional. «Obdulia y María nos contaban historias preciosas en la lareira», recuerda Ramón, que percibe un cambio en la mentalidad de los dueños de las casas. «Cuando compramos esta hace 16 años fue casi milagroso, la gente le tenía mucho apego a sus casas, eran unas ruinas, pero eran sus ruinas. Desde la pandemia es más fácil, ya han empezado a verlo como un negocio». Gracias a Ramón, a su pareja y su hijo este rueiro sigue vivo.

Ramón Aller juega con su gato Rocky en su casa de Oza-Cesuras.
Ramón Aller juega con su gato Rocky en su casa de Oza-Cesuras. MARCOS MÍGUEZ

Este año Borja y su familia cumplirán 15 años en su casa de Coirós. Como en el caso de Ramón, no hay vínculos familiares con este pequeño municipio que no deja de ganar población. Si hoy viven aquí es por el flechazo con la parcela en la que levantaron su casa. Ella es de Madrid, y él, tras pasar años en la capital y en Barcelona, regresó a A Coruña (es natural de Laxe). Pero no quería seguir en la ciudad y buscaron un hogar por muchas zonas. «Miramos por A Laracha, por Arteixo, pero no nos convenció; en Oleiros los precios eran prohibitivos; empezamos a buscar en dirección a Lugo y descubrimos esta finca, con la autopista cerca, con farmacia, y una unitaria donde estudiaron mis hijas», describe Borja, quien también buscaba un lugar con cierta dispersión entre casas, «porque así no molestas a los vecinos». «Se vive mejor aquí que en Madrid, no echo de menos la ciudad», sentencia Sonia, la mujer de Borja.

—¿Y qué tal llevan la dependencia del coche?

—Eso es lo peor. Ahora con las actividades deportivas de mis hijas bajamos a Betanzos todos los días, pero también nos evitamos traslados como el de la compra, la encargamos por internet y nos la traen a casa.

Con casos así se entiende que Coirós, un municipio satélite de Betanzos, gane cada año población, mientras que en la cabecera de comarca se reduce. De hecho, cada vez es más complicado encontrar parcelas. «Por aquí ya apenas queda nada libre, ahora se están levantando viviendas en la zona de Xora», dice Borja. «Nada es comparable a vivir en una casa, en un lugar abierto, la sensación de libertad, eso es lo que buscas cuando dejas la ciudad», concluye.

Ramón Roibás vive en una aldea de Aranga.
Ramón Roibás vive en una aldea de Aranga. MARCOS MÍGUEZ

Los pueblos también sobreviven por personas como Ramón Roibás, que resiste en su aldea de Aranga gracias, en parte, al servicio de teleasistencia de la Diputación, que le presta mucha compañía y le ayuda a controlar su medicación. Oriundo de Santiso, lleva aquí más de media vida. En los últimos años, «especialmente desde la pandemia», está siendo testigo de la transformación del paisaje que lo rodea con la construcción de viviendas. «Alí vivían dous irmáns, morreron e agora a casa está á venda», dice mientras señala con su bastón uno de los inmuebles. «Aínda se venden casas, e algunhas, de moitos cuartos», señala este hombre, que trabajó en la Telefunken de Barcelona en los tiempos de la emigración. «Aquí sempre traballei no campo e en granxas», recuerda. Ramón avisa que el campo no está hecho para todo el mundo. «Houbo quen fixo unha casa incrible pero logo no se adaptaba e marchou».

 «Tardo menos de Alfonso Molina a Cesuras que de Cuatro Caminos a Orillamar»

A María Pérez le pilló la pandemia de viaje en Portugal. Entonces, en lugar de regresar a su piso de A Coruña optó por refugiarse en su aldea de Oza-Cesuras, un pequeño núcleo que ha pasado de tener solo una casa habitada a cuatro en los últimos seis años. «Ahora vivo aquí los 365 días del año, en una casa que era de mi familia, no quiero imaginar cómo fue la pandemia en A Coruña, aquí estuvimos de maravilla», relata María, que sigue yendo a la ciudad «porque tengo allí a mi médico». Habla de calidad de vida, que resume en una frase: «Tardo menos de Alfonso Molina a mi casa de Cesuras que cuando quería ir de Cuatro Caminos a Orillamar», indica. Alrededor de esta aldea, María ha constatado que la pandemia ha acelerado el proceso de mudanzas de la ciudad al campo, «algo que ya ocurría antes del covid, pero ahora se ha acelerado más». «Yo misma creo que sin la pandemia, a lo mejor habría tardado más en trasladarme», señala Pérez.

Cuando llegó el confinamiento, María estaba haciendo obras en su casa de Cesuras y hoy disfruta de un generoso espacio en compañía de su hija.

Carlos Vázquez, alcalde de Vilarmaior: «Os que veñen de fóra compensan no censo aos que van morrendo»

Según el INE del 2024, el Concello de Vilarmaior tiene 1.252 habitantes, pero el alcalde, Carlos Vázquez Quintián, no está precisamente preocupado por la demografía de su municipio. «Vilarmaior estase movendo moito, fixéronse moitas construcións e tamén se rehabilitou moita casa, aquí é difícil ver vivendas de aldea abandonadas, a xente ven buscar outro estilo de vida», sentencia el regidor, quien confiesa que «gracias aos que veñen de fóra compensan no censo aos que van morrendo». Quizá la cercanía con A Coruña a través de la autopista, o la proximidad de la playa Grande de Miño, el caso es que Vilarmaior ha entrado en la lista de municipios cada vez más cotizados para vivir.