Manuel Santodomingo, afectado por la enfermedad de Lyme: «Si la infección me afecta al corazón me fulmina, pero me dejó en silla de ruedas»

D. Vázquez OLEIROS / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Manuel Santodomingo Pavón se desplaza en silla de ruedas eléctrica
Manuel Santodomingo Pavón se desplaza en silla de ruedas eléctrica MARCOS MÍGUEZ

Está agotando sus ahorros en la residencia, a la espera de la dependencia

02 nov 2024 . Actualizado a las 21:33 h.

Manuel Santodomingo Pavón (A Coruña, 1946) es vecino de Oleiros desde que la enfermedad de Lyme le truncó su vida independiente y una jubilación muy activa. Ahora, en silla de ruedas y viviendo en una residencia de mayores, se ha convertido, sin perder el humor, en un divulgador de los riesgos que supone una enfermedad difícil de diagnosticar.

—¿Cuál es su historia?

—En octubre del 2022 empecé a sentir que me fallaba una rodilla, algo leve, tenía algo de vértigo y pérdida de masa muscular pese a que comía lo mismo. El médico de cabecera me mandó a un internista. Tenía cita un mes y medio después, pero no pude esperar, acabé en urgencias porque tenía las piernas bailando, sin fuerza para levantarme. Tras muchas pruebas me detectaron que había perdido la proteína mielina, que tenía los nervios pelados y me metieron bombas de B12 para no perderla toda. A las cinco semanas me mandaron para casa con un diagnóstico de polineuropatía severa de origen desconocido y diciendo que clínicamente no tenían más que hacerme. Me recomendaron fisioterapia.

—¿Cómo se encontraba?

—Tenía las manos cerradas, no me aguantaba de pie y necesitaba ayuda para asearme. A los 15 o 20 días recaí y me cogió otro equipo de Neurología del Chuac, dirigido por el doctor Eduardo Rubio. Parecía el inspector Colombo, haciéndome preguntas e insistiendo en si había tenido contacto con ganado. Yo era aficionado a la fotografía, iba a Chelo, a Verdes, a la naturaleza, pero no me acerqué a animales. Me pidió una analítica que remitieron a Madrid y que en 48 horas confirmó que tenía la bacteria Borrelia burgdorferi. Solo la transportan las garrapatas y genera la enfermedad de Lyme. En mi caso era de una variante similar a una artritis reumatoide. Si la enfermedad me afecta al corazón me deja seco, me fulmina. Estoy vivo de milagro, gracias al doctor Rubio, al que le debo la vida.

—¿Fue consciente de la picadura?

—No. Me pudo haber picado y marcharse, la pude haber tenido días porque tiene el tamaño de una cabeza de un alfiler, o tener una reacción tardía. Yo no noté nada. Cuando hacía marcha nórdica iba con una malla desde el cuello a los tobillos. Era muy deportista, caminaba muchísimo, daba la vuelta entera a A Coruña, donde vivía antes.

—Usted ahora alerta de los peligros de las picaduras de garrapatas.

—Galicia es una de las zonas con mayor incidencia y me interesa publicitar la enfermedad. No me extraña que se extienda porque hay mucha fauna, ahora llegan los jabalíes al paseo de A Coruña. Soy naturalista, pero hay cosas que no tienen sentido. Los senderistas tienen miedo, porque aún con repelentes salen garrapatas por todos los sitios. Es terrorífico, pero no todas están infectadas de la Borrelia, aunque también transmiten el virus de la fiebre Crimea-Congo, que provocó la muerte de un guardia civil en Ponferrada.

—¿Qué le dijeron de su enfermedad?

—Que es irreversible, que tenía que hacer la máxima fisioterapia posible para tratar de recuperar movilidad. Lograron abrirme las manos, aunque se me van deformando, los pies los tengo igual. Tengo todas las extremidades dormidas permanentemente, las manos siempre frías y el dolor es terrible, superior a la fibromialgia, con mis respetos a quien la padece. Ahora lo tengo controlado, pero te acostumbras a un 40 % del dolor. Se me han saltado las lágrimas solo intentando ponerme un calcetín y solo un apretón de manos me causa dolor hasta el dedo gordo del pie. Tomo una quincena de pastillas y ahora consigo, tras mucho entrenamiento en el hospital de Oza, algo más de movilidad y sostenerme de pie apoyándome en una mesilla.

—¿Cuáles son sus limitaciones?

—Después de la recaída opté por ingresar en una residencia de mayores. Tengo una pensión alta y no he recibido ayuda, pero ahora los ahorros se me están acabando. Pedí la dependencia y la discapacidad en marzo del 2023, pero me reconocieron que llevan retraso. Por carta me indicaron que fue valorada en marzo del 24 y que está pendiente de resolución. Tengo 78 años, a este paso lo va a estar cuando esté en Servisa o en el nicho de mi familia en el número 20 de San Amaro. Sé que me la concedieron, soy grado 2, pero no cobré y tengo que poner 900 euros todos los meses para poder continuar en la residencia. En diciembre se me acaba el dinero. El único lujo que me permito es habitación individual, porque hay muchos compañeros sin capacidad cognitiva.

—¿Con qué se entretiene?

—Haciendo maquetas. Llevo desde los 20 años haciendo fotos y sigo, pero ahora las cámaras me pesan. Lo que ya no puedo tocar es el piano.