Tocar en tiempos revueltos

Hugo Álvarez Domínguez A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

El pianista canadiense Jan Lisiecki tocó el «Concierto número 1» de Chopin en el arranque de temporada de la OSG.
El pianista canadiense Jan Lisiecki tocó el «Concierto número 1» de Chopin en el arranque de temporada de la OSG. Eduardo Pérez

González-Monjas se corrobora como batuta vivaz al frente de la OSG, que abrió temporada en uno de los momentos más convulsos e inciertos de su historia

05 oct 2024 . Actualizado a las 18:37 h.

Arranca temporada la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) en uno de los momentos más convulsos e inciertos que se recuerdan en su historia, con varios frentes pendientes de solución. Lejos del optimismo, la situación parece preocupante. Se homenajeó a José Manuel Queijo, emblemático jefe de producción durante 32 años, en su jubilación: parece insustituible. La temporada en A Coruña la abrió Pan y Eco, de Sibelius, que subrayó el gran momento de la cuerda grave y corroboró a Roberto González-Monjas como batuta vivaz.

El pianista canadiense Jan Lisiecki tocó el Primero de Chopin. Es ya una estrella con mucho de la vieja escuela. Sonido de nitidez cristalina y digitación perfecta, destreza técnica (¡esos arpegios!), fraseo delicadísimo (escalofriante segundo movimiento) y rubato a favor de la melodía. Supo además balancear lo popular y la delicadeza preciosista de su concepción chopiniana. Su enfoque romántico contrastó de inicio con la agilidad de una batuta que a veces pudo ser más flexible con el solista; pero el diálogo se encauzó a lo largo de la obra mientras la orquesta impuso buen sonido. Lisiecki regaló un deslumbrante Nocturno n.º 20, con sensibilidad y libertad. Es un grande y nos dejó con ganas de más.

De Variaciones Enigma escuchamos una interesante versión en junio del 2023 bajo la batuta de Catherine Larsen-Maguire. Sorprende repetir obra tan pronto. González-Monjas plantea su lectura como una demostración del potencial de la orquesta por familias, con sensación de ordenada rutina. Es válido, la batuta fluyó ágil (por momentos demasiado: a Nimrod le faltó poesía) y hubo grandes intervenciones del metal o la cuerda (soberbio Raúl Mirás al chelo). En la variación final hubo algún desajuste; pero, en general, si el maestro buscaba mostrar lo que puede hacer la orquesta, lo logró. Con todo, no parece Elgar un autor por el que el titular sienta especial afinidad.

Simbólico cerrar el primer programa de la temporada con esta obra, cuando el futuro es un enigma en sí mismo. Mientras tanto, la orquesta tocó en tiempos revueltos: después de todo, la vida sigue.