Carolo González-Moro: «No me veo en el Taller otra década, pero decía lo mismo hace diez años»
A CORUÑA CIUDAD
El bar de Cordelería, referente de la noche coruñesa, celebra su 30.º aniversario
09 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Si el Taller es una institución dentro del ocio nocturno de la ciudad, no lo es menos Carolo González-Moro, coruñés de 1969 que lleva detrás de la barra del local de la calle Cordelería desde su fundación, hace ahora 30 años. «Realmente abrimos el 30 de agosto de 1994, pero había gente que estaba fuera de la ciudad que no podía faltar, así que pospusimos la fiesta», cuenta Carolo sobre la celebración —que coincide también con el aniversario del incendio que sufrió el bar hace seis años— que tendrá lugar este viernes a partir de las seis de la tarde. Son 30 años de historia nocturna de la ciudad, una historia a menudo más interesante que la diurna, pero de la que no siempre puede contarse todo.
—¿Cómo nació el Taller?
—Yo llevaba unos tres años trabajando en el Patacón, y nos lo cerraron porque se caía la casa. Los socios decidieron que no querían seguir y los tres de la barra, José Ramón, Moisés y yo, montamos el Taller. Estaba bien pensado, porque cogíamos entre los tres todas las edades. José Ramón andaba por los cuarenta, Moisés por los treinta y yo tenía veintipocos. Pero a José, mientras preparábamos la apertura, le salió un trabajo y no llegó a ponerse detrás de la barra.
—Fue como una continuación del Patacón.
—La idea era esa, trasladar el ambiente y el espíritu del Patacón. Es cierto que allí estaba Vari Caramés, y eso arrastraba a muchos artistas, mientras que nosotros tres, de artistas, poco.
—Pero sí que han pasado muchos artistas por el Taller.
—Sí, pero con el tiempo se fue perdiendo aquel ambiente de tertulia. Eso de bajar al bar sin necesidad de quedar con nadie, porque sabías que te ibas a encontrar con todo el mundo. Se acabó la esencia aquella de la gente de la noche porque no hay noche. Ese movimiento cultural, con los grupos de rock, los pintores... Se sentaban y me dejaban las mesas de mármol todas pintadas. Eran obras de arte que duraban un par de días. Esa bohemia se ha perdido. Se han cambiado las tertulias por el copeteo sin más. Y creo que buena parte de culpa la tiene el hecho de que ya casi no quedan bares con personalidad.
—El Filloa es el decano, pero este debe de ser uno de los bares más veteranos de la noche coruñesa.
—Bueno, alguno más hay. El Siglo sigue abierto, aunque ya no lo regentaba Chato desde hacía años. Y ahí están el Tranvía o el Antiguo, que debe andar cerca de los treinta, también.
—¿Qué les da a la clientela para que siga fiel al Taller después de treinta años?
—Pues no lo tengo muy claro. Siempre pensé que yo era el que menos espíritu de bar tenía de los tres que montamos el Taller. Y con el paso de los años se ha demostrado lo contrario, soy el que aguanta y el que ha mantenido esto en pie. Y no entiendo muy bien cómo, porque yo soy un tipo antipático [ríe]. Eso no quita que tenga muchos y muy buenos amigos. Pero tengo fama de borde, no sé por qué. A la gente le cuesta acercarse a mí.
—Aguantó incluso esos años en los que parecía que le habían echado una maldición, con el incendio, la pandemia...
—Fueron tres años desesperantes. Apenas acababa de levantar la cabeza tras el incendio, y mandaron cerrar por la pandemia. Todo el dinero de la indemnización, y los ahorros que tenía, invertidos en recuperar el bar. Consigo abrir y en apenas tres meses tuve que cerrar. Ahí cambió todo. Tras más de un año cerrado por el incendio perdí muchos clientes. La gente terminó buscando otros locales, normal. Y después es complicado hacerles volver. Y tras la pandemia cambió la forma de salir. Yo antes abría a las ocho de la tarde, hasta tenía cafetera. Ahora me han empujado a abrir más tarde y, claro, cerrar más tarde.
—¿Le queda Taller para rato?
—No creo. No me veo aquí otra década más. Claro que si me hubieses preguntado hace diez años o veinte, habría dicho lo mismo.
—Tendrá mucho que llevarse a casa si cierra, porque este bar parece un museo.
—No te creas, me llevaría un par de cosas, nada más. Algún cuadro al que le tengo cariño, como el pequeño de Cabanas que está quemado por el incendio y que sigo teniendo colgado tras la barra. Pero el resto se quedaría.
«Me da miedo que se termine perdiendo el mural de Xaime Cabanas»
El pintor Xaime Cabanas, que era un habitual de las tertulias del Taller, se ocupó de convertir el bar en una obra de arte en sí mismo con un mural que cubre sus paredes.
—¿Cómo surgió la idea de pintar el mural?
—Debió de ser por 1998. Me dijo Cabanas un día: «Voy a pintarte el bar». Y sin avisar apareció unos días después con un boceto hecho y se puso manos a la obra. Estuvimos dos días seguidos encerrados aquí, mientras Xaime pintaba. Nos traían las pizzas del Donato, el italiano que estaba aquí al lado, para sobrevivir. Esos días no abrimos, pero pasó gente a visitarnos. Me da miedo que se pierda el mural. Si yo me voy, muere aquí. Intenté venderlo cuando el incendio, para ver si así podía salvarse, porque necesitaba una limpieza y una restauración. Pero nada, no hubo comprador. Así que el siguiente que entre, si pone una zapatería, pues tirará con él para ganarle espacio al local. Porque el mural no está en la pared del edificio, sino que hay una cámara de aire para insonorizar.
—¿Quedó muy afectado por el incendio?
—Estuve días fregando la pared, estaba totalmente negro. Algo había que hacer, no podía verlo así, ni iba a pintar por encima. Había que salvarlo. Una parte se extrajo, la de la pared del fondo, y está dividida: hay unos trozos en la entrada y otro me lo llevé a casa.
—Aparte del mural de Cabanas, aquí ha expuesto mucha gente.
—Tuve de todo. Lo que hacíamos era empapelar el mural cuando había una exposición. Llegó a estar cinco años seguidos cubierto, porque encadenábamos una exposición con otra. Ya casi no hay arte en los bares. Antes no solo se exponía, sino que se vendían muchos cuadros.