Los ánimos están caldeados a la orilla del mar y la ordenanza que regulará el uso de altavoces en los arenales, en camino
27 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Escena típicamente ochentera en Riazor. Pandilla de chavales (con gargantilla nácar) fumando cigarros y escuchando el megamix de turno en el radiocasete. Aquellos artilugios, que permitían cierta portabilidad, eran la gran novedad. Contar con uno bien grande, tipo rapero neoyorkino, un símbolo de estatus para el grupo juvenil. Bien dotado de esas pilas enormes que parecían granadas y envuelto en una toalla para evitar que le entrase arena se veía así, escupiendo boleromixes, maxmixes y demás discos de remezclas que horrorizaban a los mayores. La moda duró un par de veranos. Las pilas se acababan y costaban una pasta. La arena se colaba igual entre las toallas. Al final, más que un tío guay, el que andaba carretando el loro (así se le llamaba en plan quinqui) acababa siendo un pringado. La música pasó a ser un tema de walkman. La paz volvió a los arenales.
Sin embargo, la proliferación de los altavoces bluetooth en los últimos años la han devuelto con toda su intensidad. Son baratos, tienen batería recargable y, a partir de cierto nivel, petan lo suficiente como para montar una discoteca con vistas al Atlántico. El problema llega cuando te olvidas del espacio en el que estás y ese excitante reguetón a tope de graves se convierte en una pesadilla para la señora del al lado. Simplemente, quería ir a la playa a tomar el sol y olvidarse de lo malo de la vida. Y acaba ahí, escuchando involuntariamente los nuevos sonidos de la juventud a todo trapo. A la izquierda, unos con Myke Towers. A la derecha, otras con Karol G. Por arriba, la Potra salvaje. La señora, desesperada, se pregunta qué ha pasado aquí. Termina por pedir al Ayuntamiento que prohíba de una vez esos altavoces en el arenal. La ordenanza para ello está en camino. Y los ánimos caldeados a la orilla del mar.