Este fin de semana esta ciudad era un hervidero de tipos y tipas con esa misma pasión que no se puede cambia
15 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En una de las memorables escenas de El secreto de sus ojos, Sandoval (el maravilloso Guillermo Francella) suelta a Benjamín-Ricardo Darín: «El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. Benjamín, no puede cambiar de pasión». La pasión de la que habla, en ese bar donde va destrozando su salud y su vida, es un equipo fútbol. Un equipo, por cierto, que no salía campeón desde hacía nueve años.
Este fin de semana esta ciudad era un hervidero de tipos y tipas con esa misma pasión que no se puede cambiar. (Afortunadamente, la pasión es lo único que comparten con el tipo en cuestión de la película, entiéndanme bien). Me pasa con esos tipos apasionados, y convivo con dos, lo mismo que cuando pruebas alguna receta nueva y, al tragar el primer bocado, descubres que en la lengua ha quedado un sabor que no sabes identificar. Qué será esto tan rico, piensas. Veía las imágenes de esa marea blanquiazul acercándose a Riazor el domingo y en el fondo de la boca, ese mismo sabor indefinido. Mis papilas gustativas no lo reconocen. Es un regusto de envidia, en realidad, porque las pasiones que yo tengo, como tipa media que soy, no las comparten probablemente miles de personas. O al menos no tengo oportunidad de vivirlas como un fenómeno de masas. Porque ir al cine y llorar con otros desconocidos que lloran también con El secreto de sus ojos es un fenómeno colectivo, pero el fútbol es otra cosa. El apasionado de la película de Campanella no podía explicar aquella pasión a pesar de la mala racha de su equipo. El tipo blanquiazul tampoco. Porque el corazón, al parecer, también es un tipo. Un tipo feliz.