En la calle de la Torre el que llamaba la atención era el que no se había echado por encima un trapo sacado del fondo del armario con el único propósito de armar la fiesta
14 feb 2024 . Actualizado a las 13:52 h.El día prometía y no defraudó. Desafiando toda superstición, este martes y 13 será recordado como uno de los grandes en el calendario de A Coruña, que vivió su jornada central del entroido. El tradicional ir y venir de choqueiros fue, sin duda, el plato fuerte, aunque hubo mucho que celebrar. Y así se hizo. Desde mediodía —que fue madrugar para los muchos que salieron la noche anterior— hasta bien entrada la noche, Monte Alto fue el epicentro de la jarana.
Abrigados por un sol nada invernal, la tarde se desperezó con las comparsas montando barullo y el desfile infantil de disfraces, uno de los más multitudinarios que se recuerdan. Los más pequeños de la casa demostraron que, a propósito de choqueiros, la fiesta se mama desde la cuna.
Hubo guiño a referentes de la cultura pop más actual, mucho disfraz tradicional, pero donde sacó pecho la Torre fue en su oda a lo estrafalario. Piratas, brujas, flamencas, superhéroes de todo tipo y condición avanzaban calle abajo, calle arriba, entre un río de personajes imposibles de etiquetar.
La originalidad era requisito, y bien que se dejó ver. Unos bailando, otros un poco más tímidos, en grupo o en solitario, pero el entroido coruño más genuino se pavoneó por un barrio que, a medida que caían las horas, ganaba en descaro y desparpajo. Mientras algunos esperaban turno para competir por el premio a la ocurrencia, fuera de concurso, pero de lleno en el desenfreno, la calle de la Torre ya reventaba de gente. Atestada de ingenio y desmadre, el que llamaba la atención era el que no se había echado por encima un trapo sacado del fondo del armario con el único propósito de armar la fiesta, propagar la farra como la pólvora, reír y hacer reír.
Con el sol cayendo y la madrugada por llegar, la fiebre choqueira convulsionaba ya. De la obsesión otaku al furor por lo más rechamante. Daba igual el disfraz, siempre que se supiese cómo llevarlo. Y vaya si sabían. El derroche de improvisación engulló a unos y otros. Al ritmo del pachangueo, los bares —más bien el exterior de los bares— regaban jolgorio. Óscar Quintás, un veterano en la materia, resumía el espíritu: «Veño sempre co primeiro que atopo, pero intento innovar. É a esencia dos choqueiros auténticos», zanjó.