Dado que cada una de ellas es minúscula, pensar en 26.250 kilos resulta abrumador
10 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Pélets, lágrimas de sirena, bolitas. Esas pequeñas piezas blancas que manchan las playas son las absolutas protagonistas de esta fría semana. Dado que cada una de ellas es minúscula, pensar en 26.250 kilos resulta abrumador. Esas voluntarias que en O Portiño usaban el colador de la cocina, el cubo de la playa de los niños, los guantes de lavar los platos, son un David contra Goliat de este siglo tan sucio. Quien se va a la playa en mañanas tan frías como esta sin saber nada más que esas bolitas son una amenaza contra el medio ambiente merece todo nuestro respeto. Aunque su labor sea diminuta ante las toneladas que andan sueltas por esta esquina del mundo. Aunque desde la Xunta te riñan porque no vaya a ser que hagas más daño. No riñan: coordinen, canalicen, aprovechen la experiencia de las asociaciones que llevan años limpiando playas.
Una gemela de esas bolitas ha pasado por el Orzán mil veces antes. Claro que de una en una. Ese pélet que encontramos en verano entre la gruesa arena de Riazor, y que ahora sabemos que se llama así, lo podemos ver, lo podemos apartar. ¿Pero qué ocurre con todo lo que no vemos? Un informe presentado por varias organizaciones a la Unión Europea revela que el 35 % de los microplásticos proceden de textiles sintéticos. Nos preocupa lo que comemos, compramos ecológico. Y sin embargo, acumulamos, acumulamos... y luego tiramos. Camisetas que duran un par de meses, con suerte. Sus restos no se ven, no se peneiran con ningún colador. No podemos luchar contra 26 toneladas de pélets. Pero cada bolita debería recordarnos que hay un sistema que nos incita a consumirlo todo. Rápido, más. Peor. Y que un freno (pequeño) sí depende de nosotros.