Curiosamente, nos desesperan la del súper, la del banco o la de Hacienda. Pero soportamos estoicamente las colas virtuales para comprar entradas de un concierto
06 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Hay algo en nuestro ADN que hace que nos atraiga hacer cola. Curiosamente, nos desesperan la del súper, la del banco o la de Hacienda. Pero soportamos estoicamente las colas virtuales para comprar entradas de un concierto de Coldplay o Taylor Swift, o para entrar en Zara y ver un árbol de Navidad gigantesco: el sábado, la cola iba creciendo, salpicada de globos verdes y rojos, hacia la iglesia de Santa Lucía.
Estos días fríos, no es difícil tener que hacer una pequeña cola en la barra de Bonilla para llevarse a casa un chocolate con churros. Y hace nada, las colas estaban delante de cualquiera de las heladerías de la Marina, a la espera de un cucurucho que es evidente que no sabe igual en una que en otra. O tal vez es que nos pasa como en el súper: apostamos por la cola que parece que irá más rápido... para acabar esperando tanto o más que en la otra.
En un mes, las colas se habrán trasladado a Glacé, para hacerse con un roscón. Se ve que vivimos en una ciudad de gente paciente y ordenada, que espera la recompensa de un trozo de dulce, unos adornos navideños o unas castañas calentitas. Los fuguillas nos perdemos las recompensas y los temas de conversación de la temporada, claro, o lo fiamos todo al último momento, a ir a deshoras (el martes a las dos no había nadie haciendo cola en la calle Compostela), o tratamos de convencernos de que a las criaturas de la casa no les va a pasar nada si no consiguen patinar en la pista de hielo de María Pita o si el chocolate lo hacemos en casa. Aunque con la escasísima paciencia que tienen los cativos, igual comprenden mejor que pocas cosas en la vida merecen una espera en plena calle, con el frío que hace.