
Fernando Suárez Souto, que falleció hace unas semanas, trabajó en el banco Hispano-Suizo, entidad para la que el artista elaboró uno de sus famosos murales en la calle Real
29 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Desde A Gaiteira enfilaba cada tarde la avenida de Oza. En el Obelisco se le unía su hija. Seguían hasta el castillo de San Antón o la Ciudad Vieja. «Es que A Coruña es muy bonita», sentencia la hija, después de dar cuenta del repentino fallecimiento de su padre, Fernando Suárez Souto, hace unas semanas. Era «un enamorado» de la ciudad y hubo un tiempo en el que este coruñés inquieto veía pintar a Urbano Lugrís: «Llegaba con un cartabón grande, una escuadra, una regla y unos pequeños apuntes; era rapidísimo pintando, a mí me parece que tenía una inteligencia fuera de lo común. Era un genio». Así lo contó en este diario hace unos años.
Con 15 años, Fernando entró de botones en el hotel Embajador. Apenas estuvo una semana, porque lo ficharon en el banco Hispano-Suizo, evoca su hija. Al poco tiempo se enfrentó a una tarea ardua: llevar a Lugrís una carta en la que el banco le conminaba a terminar el mural que estaba pintando en la sede de la entidad, en la calle Real. La misiva era corta y clara: o acababa o no cobraría la última parte del pago. No le puso buena cara el pintor, pero firmó el recibí de la carta y volvió al mural para acabarlo.
Suárez siguió en la banca hasta su jubilación en el BBVA. Formaba parte de la Peña Bebeuvas, y tras el fallecimiento los peñistas destacaban en redes sociales: «Era nuestra memoria oficial en los temas referentes a clientes, a compañeros, a eventos que se habían producido años atrás». Y añadían: «Solo mencionando su nombre, uno identifica la excelencia como persona, jefe, compañero, amigo, referente profesional, y a nivel familiar enamorado hasta las cachas de su Pitusa y de sus hijos Fernando, Beatriz y Andrés. Aunque te perdemos de una forma tan dolorosa por imprevista, nos consuela saber que te tendremos presente por los ejemplos de vida que siempre nos has transmitido».
Reflexiones
Revisando los papeles de su padre, Beatriz encontró un folio manuscrito en el que reflexiona sobre A Coruña, «una ciudad que progresa y al mismo tiempo censura todo aquello que le dio el estilismo y el espíritu de sus gentes, que la fueron diseñando». Tras analizar aciertos como el paseo marítimo y errores como el derribo de edificios singulares concluye el texto de Fernando: «Y algo que me gustaría que volviera a su sitio sería el nombre de una calle que se llamó Progreso, en la zona de las Atochas, que junto con las llamadas Trabajo y Justicia, formaban el canto más hermoso de esta ciudad. Y esto parece posible, otras cosas ya no». Es el último deseo del hombre que veía pintar a Lugrís.