El dique que protegía una zona de baño estuvo en pie desde 1970 a 1989
25 ago 2022 . Actualizado a las 09:45 h.Aunque A Coruña siempre fue consciente del potencial turístico que tenía su costa, no fue hasta los años setenta cuando comenzaron a tomarse en serio la idea de crear la llamada Gran Playa de Riazor, un anteproyecto que pretendía convertirla en uno de los mejores arenales de España. Esa propuesta, que se presentó a toda la ciudadanía, era bastante ambiciosa e incluía la construcción de aparcamientos subterráneos, amplios paseos marítimos, andenes con piscinas infantiles, servicios de duchas y casetas, solarios y fáciles accesos.
Para disfrutar de este entorno privilegiado durante el verano, la Jefatura de Costas y Puertos de Galicia promovió ya en 1970 la construcción de un dique de hormigón que salía de la explanada de las Esclavas y se unía con una zona de rocas en la playa de Riazor, conformando una especie de piscina de agua salada. Esa construcción, aunque se fue deteriorando con el tiempo por la embestida de las olas, estuvo en pie durante casi dos decenios y forma parte de los recuerdos veraniegos de muchos niños que a día de hoy rondan los 50 años. De hecho, rememoran que el agua de esa bañera era «extrañamente» más caliente que en el resto de la playa y que, a pesar de que el agua se veía transparente, «podías encontrarte cualquier tipo de residuo flotando». El mar entraba en ese recinto de forma natural cuando había mal tiempo, ya que las olas sobrepasaban el propio dique, lo que ocasionó numerosos accidentes, y también se abrían unas compuertas submarinas para el aporte y la renovación del agua.
Pese a que la piscina era muy frecuentada por las familias, en abril de 1989 se decidió derribar el dique para que la playa de Riazor volviese a recobrar su disposición original. Después, el Estado invirtió más de 3,7 millones de euros en ampliar los arenales de Riazor y Orzán con el aporte de áridos, prácticamente triplicando la zona de arena seca y la capacidad para acoger bañistas.
Entorno natural poco cuidado
La transformación para convertir Orzán-Riazor en la mejor playa urbana del norte de España, como era el objetivo de las autoridades en la década de los setenta, no estuvo exenta de dificultades. De hecho, los que recuerdan el estado de esta fachada trasera de la ciudad a mediados del siglo pasado describen un escenario desolador. Manuel, que solía acudir a bañarse en Riazor cuando era joven, recuerda que el agua no estaba limpia: «Allí desembocaban muchos desagües y en la zona del Matadero, donde estaban las antiguas instalaciones para sacrificar el ganado, incluso te encontrabas restos de animales en el agua». Recuerda también que él y sus amigos se solían poner siempre junto a la coraza, «porque allí rompía más el mar y el agua parecía más limpia». En todo caso, no era su destino habitual: «Preferíamos ir a la actual playa de Oza. Cogíamos el trolebús, que nos dejaba donde estaban los antiguos varaderos, y enseguida llegábamos. Allí el agua estaba más limpia, sin tanto oleaje, y podíamos jugar al fútbol. Además, como había una base de la antigua Organización de Juventudes Españolas (OJE), había mucho ambiente para los chavales», explica.
Por otro lado, cuando se planteó transformar Riazor y el Orzán, a mediados del siglo pasado, la iluminación de la zona también era escasa y enfocada hacia la ciudad, «permaneciendo el arenal en la más tenebrosa de las sombras», según contaban las noticias de la época. Y al amparo de ellas, se vertían basuras y escombros sin ningún tipo de control. Además, los baños públicos más próximos estaban en la plaza de Portugal y los rincones oscuros de las escaleras de acceso a los arenales se convertían en urinarios improvisados, con el mal olor que ello ocasionaba.
Agua con sangre
Algo que entonces ocurría con frecuencia y que hoy en día resultaría impensable es que los bañistas a veces se metían en un agua teñida de rojo. El motivo era, como recordaba Manuel, que el matadero municipal vertía sus aguas residuales por un desagüe situado en el lugar de Berbiriana, en el extremo norte de la playa del Orzán. «Era la sangre de las reses sacrificadas», confirma Manuel.
En las crónicas de la época también se incidía en que para hacer una piscina en Riazor había que solucionar antes otros problemas. «En el extremo occidental de Riazor se instalará una piscina, para la cual ya se construyó un espigón que cierra las rocas dejando una laguna de somera profundidad, muy apta para los niños». Sin embargo, lo que impedía un futuro exitoso y a largo plazo para esa piscina era que las olas metieron en ese espacio reservado toneladas de fango. «Cuando baja la marea el lugar se convierte en un barrizal, sin apenas agua donde mojarse los pies» y, según esas mismas crónicas, el problema se agravaba por el hecho de que en ese espacio también desembocaba alguna cloaca, haciendo a veces el olor insoportable. Además, ese primer muro levantado con bloques de hormigón armado ya había alterado entonces las corrientes marinas y, como no se habían hecho estudios previos, la arena se acumulaba en otros sitios. Así, en lugares donde antes había hasta seis metros de profundidad, «ahora hace pie hasta un niño de corta edad», contaban las crónicas en el año 1977. Y, junto a la arena, también se acumulaba la porquería.
Residuos sin control
De hecho, el colector de las alcantarillas de la ciudad también desembocaba en una zona muy próxima a Riazor. «Tanto el desagüe de la Casa de Máquinas, en San Roque, como el otro existente bajo las canteras de San Pedro dejan huella de sus desechos cuando el viento sopla del este». Y otras seis bocas de alcantarilla daban directamente a la arena o al agua y circulaban abiertas por el andén de Riazor. En el año 1977 se habían contabilizado hasta «cincuenta regatos inmundos».
Un gran martillo hidráulico derribó el muro en un mes
El 10 de abril de 1989, la empresa encargada de rellenar con áridos las playas del Orzán y Riazor inició las tareas de derribo del dique que conformaba la popular piscina de agua salada. La demolición se efectuó con un martillo hidráulico y los trabajos se prolongaron durante aproximadamente un mes. Aunque en principio se había desechado la voladura del dique por razones de seguridad y ecología, los técnicos encargados de la obra admitieron la necesidad de usar explosivos en una cantidad mínima para poder acelerar los trabajos. El entonces responsable de la Demarcación de Costas de Galicia, Eduardo Toba, justificaba la demolición afirmando que el muro ya no cumplía la función para la que fue construido: una zona resguardada para el baño, aunque ya se producía una escasa renovación de las aguas al funcionar a modo de trampa de arena, «captándola de la zona próxima a la coraza», manifestaba entonces el responsable de Costas.