12 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Otenías buenos negocios para los promotores inmobiliarios, o no trabajabas como arquitecto: esa era la cruda realidad de ciudades como A Coruña en el último cuarto del siglo XX. Aquellos especuladores hacían recorridos por los estudios de arquitectura buscando la mejor inversión: demoler varias casas antiguas, a buen precio, para construir un flamante edificio de siete plantas.

Fue así como se destruyeron las ciudades, el patrimonio, con la aquiescencia de las Administraciones publicas y la complicidad de algunos arquitectos que trabajaban para este gremio. No se buscaba la calidad arquitectónica, sino el mejor negocio, mayores beneficios económicos. No actuaban como arquitectos, sino como intermediarios que recorrían la ciudad negociando la compra de casas humildes al mejor precio, que en muchos casos, ni el dinero llegaron a ver.

Que además creaban un book —como los artistas— con gastos e ingresos y unos planos básicos (solo de planta) dibujados por delineantes para meter el mayor número de viviendas, con el único criterio de cumplir la normativa básica vigente. No importaba la calidad espacial, no importaba el soleamiento, no importaban los compradores, sino el beneficio final de los promotores inmobiliarios, que se forraban hasta las cejas mientras destruían el paisaje urbano.

Así se construyó el caótico paisaje que hoy sufrimos, sin empatía urbanística, sin respeto. Amparados por planes urbanísticos en papel, pensados para cualquier ciudad española, donde solamente primaba el beneficio económico y la raya: estar dentro de la raya era lo importante.