Eleder Piñeiro, sociólogo: «La tecnología puede unir, pero no se le puede imponer a los mayores»
A CORUÑA CIUDAD

El profesor de la UDC sugiere no sobredimensionar lo digital y facilitar el aprendizaje para reducir la brecha con los mayores
13 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Eleder Piñeiro (A Coruña, 1983) es sociólogo y profesor en el Máster de Políticas Sociais de la Universidade da Coruña, en donde imparte Aspectos socioeconómicos de la vejez. Una de las ideas que utiliza en sus clases para explicar la brecha tecnológica con los mayores es la de los nativos y extranjeros digitales.
—¿A qué se refiere cuando habla de inmigrantes digitales?
—Son términos que surgen en torno a los años 2000, justo cuando empiezan a despuntar las redes. Ahí empieza a generarse un paisaje en el que hay gente que ya nace con su aparatito tecnológico debajo del brazo y otra que no, lo que nos acaba llevando a vivir esa llamada brecha digital.
—Esa idea asume que la tecnología es fundamental en el día a día de las personas.
—Ese es un poco el problema. No hay que sobredimensionar lo tecnológico porque al final es un medio más, al igual que lo fue el arco o el fuego en su día. O el propio automóvil. Estamos dando por supuesto que el ciudadano ideal es el que sabe cómo funciona la tecnología e Internet. Cada vez se escucha más «abuelo, no te enteras» o «abuela, ¿cómo no tienes redes sociales?». Esas ideas actúan como sanciones morales. La tecnología puede unir, porque muchos mayores socializan enseñando la foto de su nieto en el móvil, pero no se le puede imponer a nadie. Quizá haya jubilados que después de una vida de trabajo no tengan ganas de formarse en el uso de estas tecnologías y prefieran jugar al dominó o aprender a tocar la guitarra.
—Muchos mayores se quejan de esa imposición de lo tecnológico.
—Lógicamente esa brecha se presenta en su vida diaria de muchas formas. Sin ir más lejos, el otro día un club de fútbol pidió a sus abonados que sacasen la entrada por Internet para ir a ver un partido. Pues socios de toda la vida, quizá con más dificultades digitales, tuvieron que hacer cola y otros seguramente se quedaron sin ir al estadio. Esas desigualdades se están agrandando.
—¿Por qué aumenta esa brecha?
—Los mayores viven cada vez más y durante más tiempo solos. Eso implica que algunos no tienen redes humanas, por lo que están desconectados de muchas cosas como puede ser lo digital. Las tecnologías son lenguajes que hay que aprender, sobre todo cuando caes en un ecosistema que eclosiona de golpe y en el que no habías vivido nunca, como le pasa a los mayores.
—¿Cómo se sienten frente a esa situación?
—En general solos e impotentes. Y en cuanto a la salud tienden al estrés y a la soledad. En Japón tienen una palabra para cuando los mayores aparecen muertos y solos en sus casas después de varios días. Llama la atención que en un país con tal cantidad de tecnología y redes pase esto. Ellos enfrentan un aprendizaje nuevo: si nunca has corrido una maratón, antes tendrás que correr 500 metros. Lógicamente tienen que ir poco a poco porque tienen que aprender cuestiones corporales, cómo se mueve un ratón, por ejemplo, pero también otras de lenguaje. Si yo te digo que estoy a tres clics de algo pues puede que tú lo entiendas, pero una persona mayor quizá no. Los jóvenes tienen que explicarle a sus abuelos qué es eso del ghosting, que es la bomba de humo de toda la vida.
—A veces parece que la sociedad se olvida de esas dificultades.
—En mis clases me gusta decirle al alumnado que se fije en el ritmo de un semáforo para entender la tecnología. ¿Puede cruzar todo el mundo al mismo tiempo? A lo mejor alguien necesita ayuda porque va en silla de ruedas o con muletas. Puede suceder con niños de tres años y con señores de 93, que lógicamente es lo más habitual. En ese sentido, la tecnología es un poco como una ciudad: da por supuesto que todos estamos ágiles y podemos cruzar sin ayuda. Por otro lado, hoy todo pasa por tener un móvil cargado y conectado a Internet, pero mucha gente no puede costeárselo, por lo que el acceso está restringido. Y si nos lo imponen como un deber diario, quizá habría que facilitarlo.
—¿Cómo se pueden corregir esas desigualdades?
—Necesitamos fortalecer los espacios cívicos y facilitar el aprendizaje en más ámbitos, como los centros de día. Nuestro estado de bienestar está algo cojo y los cuidados recaen sobre las familias, concretamente sobre las mujeres, que no siempre llegan a todo porque tienen otras ocupaciones.