Rosa Arias: «Los malos olores causan problemas como dolor de cabeza o ansiedad»

Loreto Silvoso
Loreto silvoso A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Su aplicación para «mapear» olores recibió un premio Prisma de la Casa de las Ciencias

12 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La entrevista con Rosa Arias (Barcelona, 1978) huele a café recién hecho. Esta ingeniera química experta en olores acaba de salir de una larga reunión y pide una pausa antes de empezar a hablar de su proyecto, Odour Collect, que ha sido galardonado con un Premio Prisma de la Casa de las Ciencias de A Coruña.

—Buen olfato el suyo...

—Lo que hice fue darme cuenta de que las metodologías que había para medir olores no tenían en cuenta el punto de vista del receptor. Creamos esta aplicación, Odour Collect, para que la gente pueda mapear olores de manera colaborativa y así poder solucionar antes los que más molestan.

—¿Cuáles son los peores?

—Cualquiera que se pueda imaginar. Incluso los buenos olores, como la torrefacción de café o una fábrica de galletas, que todos diríamos que huelen bien, pueden causar problemas de convivencia.

—¿Cómo es eso?

—Cualquier olor, dependiendo de la frecuencia o la intensidad con la que te llega, es susceptible de causar molestias.

—¿Qué tipo de molestias?

—Al ser invasivos, es difícil evitar que se cuelen en tu propia casa o en tu lugar de trabajo. En algunos casos, los malos olores causan dolores de cabeza, náuseas, insomnio, ansiedad, estrés...

—Es un problema de narices.

—¡Y tanto! La contaminación por olores es la segunda queja medioambiental a nivel mundial, después del ruido.

—¿Somos una potencia en oler?

—La nariz humana es el mejor sensor que existe para medir olores. Piense que es difícil analizar químicamente un olor. Y no hay una correlación directa entre la percepción humana real de un olor y el conjunto de moléculas que lo están causando.

—¿Es difícil de medir?

—Mucho. Difícil de medir y de regular. Solo una decena de ayuntamientos tienen ordenanzas municipales para proteger a la ciudadanía afectada. Uno de ellos es A Coruña, de hecho.

—¿Somos pioneros en esto?

—Sí. A Coruña es pionera porque ya hace años que creó un protocolo para medir olores y proteger a la ciudadanía, estableciendo qué hacer en caso de queja. Fue uno de los primeros ayuntamientos que lo hicieron en España.

—Aquí se hizo popular el «eau» de Bens cuando se cayó el vertedero. ¿Cómo funciona su «app» en caso de mal olor generalizado?

—Si muchos vecinos reportan algo de manera continuada, durante un cierto período de tiempo, un olor determinado, esos datos tienen validez por sí mismos para ver cuándo sucede, entender el porqué y poder reducirlo.

—El jurado del Premio Prisma destacó su singularidad.

—Estoy muy agradecida por el reconocimiento. Es emocionante.

—¿Temía que, al basarse en los datos de los ciudadanos, no fuese reconocido suficientemente por la comunidad científica?

—Sí, muchos de los datos que utiliza la ciencia ciudadana son imposibles de conseguir de otra manera. Por eso creo que este premio puede contribuir a aumentar la credibilidad de esos datos.

—¿A qué le olió A Coruña cuando vino a recogerlo hace unos días?

—[Risas] Cuando hace frío, no huele mucho, pero cada vez que voy a Galicia me huele a naturaleza y a lareira. Ese olor de hogar es a lo que me huele Galicia en general y A Coruña en particular.

—¿Cuál es su olor favorito?

—Mis olores favoritos son los que me transportan a mis sitios favoritos. Es que los olores tienen esa capacidad de hacernos viajar en el tiempo y en el espacio, de teletransportarnos, porque están conectados a la memoria. Por eso yo, cuando me huele a lareira, pienso que estoy en Galicia, aunque no esté.

Gallego-catalana: «Soy de Barcelona, pero mis genes son cien por cien gallegos», explica Rosa Arias. «No nací en Galicia por poco, ya que mi madre se vino para Barcelona, pero toda mi familia es de Verín», explica.

«Hay una desconexión total entre la ciencia y la ciudadanía»

El éxito de la aplicación colaborativa Olour Collect llevó a Rosa Arias, ingeniera química experta en olores, a extender sus herramientas de ciencia ciudadana a otros sectores. En el 2019 creó su empresa Science for Change, que trabaja para «empoderar a la ciudadanía a través de la ciencia».

—¿Qué practica usted, ciencia o conciencia ciudadana?

—Lo que intento es hacer participar a la gente en ciencia para provocar cambios en la sociedad que la mejoren. Siempre a través de la participación activa de la ciudadanía en la ciencia.

—¿Estamos desconectados?

—Hay una desconexión total. Tradicionalmente, los científicos han investigado desde el laboratorio, sin mirar mucho hacia fuera. Y muchas políticas públicas no se abordan desde el punto de vista de la gente. Buscamos una aproximación desde abajo.

—¿Para qué? Vaya a lo concreto.

—Por ejemplo, para mejorar la planificación urbana de un barrio o para hacer que el transporte al trabajo sea más sostenible.

—¿Y en el campo de la salud?

—Ahora mismo estamos con un proyecto sobre la endometriosis, una enfermedad poco investigada. Introducimos la perspectiva de las pacientes para diagnosticarla mejor. Ellas nos han contado cómo ha sido su viaje para intentar mejorarlo y acompañarlas.

—Oiga, ¿una empresa como la suya es rentable?

—En eso estamos. Ya somos 15 en el equipo, la mayoría mujeres.

—¿Las mujeres lo tienen más difícil para hacer ciencia?

—Hay muchas barreras. Es importante trabajar con las niñas. Si piensan que hacer ciencia no es para ellas, perdemos muchas vocaciones científicas.

—¿Cuándo se decidió usted?

—Siempre he querido ser científica. Soy muy curiosa y me gusta entender cómo pasa todo.