Juan, madrileño que veranea en A Coruña: «Perdí la alianza de mi boda en la playa, y gracias a las redes, la recuperé»

A CORUÑA CIUDAD

Como encontrar una aguja en un pajar. Así de complicado se presentaba la odisea que hace unos días vivió Juan en la playa donde lleva veraneando toda la vida. A pesar de que todo se puso en contra, Instagram facilitó un final feliz.

22 ago 2021 . Actualizado a las 22:44 h.

Los dueños de estas manos están sonriendo. No los ven, porque han preferido que fuera así, pero se lo digo yo. Lo que les ha pasado tenía muchas papeletas para acabar mal, aunque finalmente no ha sido así. Hace unos días su matrimonio hizo trizas, si hablamos de metales, durante unas horas. Juan estaba con unos amigos y sus respectivos hijos en la playa de Mera (A Coruña), y en un momento dado, mientras se encontraba jugando con su hijo de dos años, notó cómo se le salía el dedo de la alianza de casado. «Me quedaba grande —señala—. Justo el viernes ya había comentado que en cuanto volviera de vacaciones lo tenía que llevar a estrechar porque algún día lo iba a perder». Y ese día llegó.

En el instante en el que perdió el anillo se quedó quieto, y avisó a sus amigos para que le echaran una mano en la ardua tarea de buscar un aro en un arenal. Juan sabía perfectamente dónde lo había perdido, a pesar de que había subido la marea, tenía como referencia de pleamar las algas que estaban marcadas, sus pisadas.... pero nada de nada. Estuvieron cerca de una hora sin despegar la vista de la arena, pero la operación culminó sin éxito. Se fiaba tanto de su memoria y estaba tan convencido de que no se olvidaría del punto exacto donde lo perdió, que no dudó en abandonar la playa. Comenzó entonces un operativo digno de película.

Preguntaron en los cuatro o cinco locales más cercanos a la playa, el quiosco de Tonecho y los restaurantes de enfrente, por si conocían a alguien que tuviera un detector de metales. También llamó por teléfono a Juan (otro Juan), un primo lejano, que tiene una casa en la misma localidad, pero no respondió. Llamó a la Guardia Civil por si tenían el aparato que rastrea metales de casualidad, pero tampoco. Cualquiera a estas alturas estaría resignado, pero Juan no. Se fue hasta A Coruña para ver si lo encontraban en alguna de las grandes superficies, pero eran las ocho de la tarde de un sábado de verano. La habitual caravana que se forma en la carretera de Mera hacia A Coruña no hizo más que incrementar los nervios. Mientras uno conducía, el otro miraba en Wallapop por si hubiera alguien que lo vendiera por la zona. También contemplaron la opción de alquilar el servicio en alguna empresa que lo tuviera disponible.

Faltaban minutos para que dieran las nueve de la noche, cuando por fin llegaron a una tienda de A Coruña con un aparato localizado en el móvil. Sin embargo, el anuncio de la web se refería a un artículo vendido por una tercera persona ajena al establecimiento, por lo que en ese momento no estaba disponible para comprar.

Reflexión muy oportuna

Pero antes de poner rumbo a A Coruña quiso pasar por casa, donde tenía otro importante cometido: contárselo a su mujer. La reacción de María fue la que desearíamos todos en su misma situación. Fue tan ejemplar, que Juan se atrevió a compartirla a través de un storie de Instagram cuando ya estaba convencido de que las posibilidades de encontrarlo eran mínimas. «Hoy he perdido la alianza en la playa jugando con el pequeño Juanito. Cuando se lo he contado a mi mujer, me ha sorprendido su reacción afirmando que si el niño y yo estábamos bien, cuál era el problema».

No hace falta explicar cómo funciona esto de las redes, así que entenderán que el mensaje no cayó en saco roto. Casualidades de la vida, Jessica, la mujer del otro Juan, al que llamó justo cuando lo perdió porque veranean por la zona, lo vio y se acordó de que sus sobrinos tenían un detector que les habían regalado por Reyes. Pues en lo que tardó Jessica en comentárselo a su marido, el otro Juan ya lo estaba llamando. Y la conversación no tiene desperdicio.

-Sí, lo tenemos. Si quieres mañana a primera hora bajamos, porque si lo tenéis localizado en una zona, malo será.

-No, hay que bajar ahora. Porque como pase el tractor que limpia y barre la playa, y remueva mucho, a lo mejor luego no está donde sé que ha caído.

A la luz de la luna

Como si fueran los cenicientos de Mera, Juan y Juan bajaron a la playa a medianoche. En este caso, no para buscar como en el cuento al dueño del anillo, que estaba allí mismo, sino la alianza. «Venía corriendo por el paseo marítimo a buscarme, yo ya fui también, y nos encontramos en el medio», dice Juan, poseedor del ansiado aparato.

El primero tenía muy claro dónde la había perdido, así que fue cuestión de segundos que trazara un perímetro en el que tenía que estar. «Dibujé un cuadrado de tres por tres, y él fue barriendo. Justo ahí no estaba, pero al desplazarse medio metro fuera, empezó a pitar», señala el dueño de la alianza. Cinco minutos después se escuchó: «¡Me has salvado el matrimonio!». Lo segundo que le comentó Juan fue: «¿Qué quieres, tinto o blanco?», algo que el Juan gallego no aceptó. «¡Qué va! No hace falta que me des nada», le dijo. Con un alivio que cuesta describir con palabras, emprendió el viaje de vuelta a casa para celebrarlo con su mujer. Por el camino, se encontró con un amigo y no pudo resistirse a contarle lo que había pasado. «Después de ir a todas las tiendas, sí que llegué a pensar que no lo encontraba. Pero mi madre y mi hermana me decían hay que tener fe. ‘Pero, ¿qué fe?'. Y de repente me escribió Jessica».

Cuando hablamos, Juan y su familia ya están de vuelta en Madrid, donde lo primero que ha hecho ha sido pasar por el taller. «Nos casamos en abril del 2016, y cuando volvimos del viaje de novios, ya lo había tenido que llevar a ensanchar porque casi me revienta el dedo, pero en los dos últimos años, he adelgazado y sí que notaba que me quedaba un poquito suelto. De hecho, ya lo había comentado varias veces. Así que ahora, a estrecharla de nuevo», cuenta. Seguro que después del susto quiere volver a sentir que le aprieta.