Lecciones de Pardo Bazán y Unamuno

Adolfo Sotelo Vázquez CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA. DIRECTOR DE LA CÁTEDRA CAMILO JOSÉ CELA

A CORUÑA CIUDAD

María Pedreda

30 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras se publicaban en La España Moderna (revista que fundó Lazaro Galdiano en 1899 y que Pardo Bazán orientó en sus compases primeros) los cinco ensayos de Unamuno, En torno al casticismo (1895), don Miguel viaja desde Salamanca a Madrid y pasa largas horas charlando con doña Emilia. Era el principio de la larga amistad de dos intelectuales imprescindibles para la cultura española en los albores del siglo pasado.

Su trato frecuente nos descubre cómo «espíritus antitéticos como el de Unamuno y el mío» -palabras de doña Emilia presentando a Unamuno en el Teatro Principal de A Coruña el 19 de junio de 1903- son capaces de encontrar en la tolerancia la suprema virtud, y en la contradicción «la fuente donde emanan los más grandes aciertos» -de nuevo palabras de doña Emilia en ese mismo acto-. O según el testimonio de Unamuno de agosto de 1903, tras pasar unos días de «regalo espiritual» en Meirás: «la más firme base de nuestra amistad es precisamente nuestra discrepancia». Ese trato nos desvela, a su vez, que el combate de ambos contra la uniformidad, que ha hecho mucho daño en la historia de España, afianza sus cualidades intelectuales, que en el caso de doña Emilia no tienen tan solo una dimensión feminista -muy tangible- sino que abarcan un poliedro de varias caras como en las personalidades de Giner de los Ríos, Galdós, Clarín, Unamuno o Azorín. A este fecundo debate de ideas y sentimientos, que desprecia la retórica vacía de muchos de los discursos contemporáneos, se refería Pardo Bazán en una carta a Giner de los Ríos de finales del verano de 1905, remitida desde «Torres de Meirás. Betanzos. Sada»: «estoy aburrida de la uniformidad; Unamuno me entretiene y se me figura que a él le pasa conmigo lo propio».

A la altura de 1903, doña Emilia consideraba a Unamuno un sabio, un verdadero artista y un iconoclasta. En 1921, el maestro vasco trazaba su semblanza para el diario bonaerense La Nación, después de un cuarto de siglo de relaciones. Como escritora le seguía fascinando su manera viva, sencilla y sabia de contar lo que veía y oía. Como intelectual advertía en ella dos tendencias contrapuestas: «De un lado un cierto instinto más que individualista, anarquista y romántico, un tiro hacia la rebeldía y del otro lado una tendencia conservadora y aristocrática». Con su habitual empleo de la paradoja, Unamuno concluía que «la condesa de Pardo Bazán no fue una feminista sino más bien masculinista». Paradoja sobre la que prometió «poder escribir de largo», pero nos dejo huérfanos de sus comentarios.