Son lugares de nuestra costa por los que no pasa el tiempo. En Suevos amarran unas cincuenta chalanas a diario y en Lorbé continúa a tope la actividad mejillonera

LORETO SILVOSO

Tienen siglos de historia pero no han querido crecer más de lo que lo han hecho. Son apenas una decena de embarcaderos, repartidos por la costa coruñesa, en los que la actividad portuaria es escasa o casi nula. Aquí hay chalanas varadas por doquier y los zapatos crujen mientras se abren paso entre los trocitos de concha de mejillón. A diferencia de colosos como Punta Langosteira o el Puerto de A Coruña, el ingeniero que los diseñó se apellida madre naturaleza. Además, por estos lugares con encanto puedes pasear hasta el último recoveco.

Algunos han ido a más como el de Lorbé que, hoy en día, tiene hasta su cofradía de pescadores, sus galpones de pesca y su carpintero de Ribeira, Pepe Gómez. De los pocos que quedan por estos lares marítimos. «É raro atopar portos nos que haxa unha carpintería de ribeira», explica el singular marinero Xosé Iglesias.

Los «polbos» de O Portiño

Tras contemplar un buen rato las famosas bateas mejilloneras de Lorbé, continuamos nuestro recorrido por los puertos más naturales de la comarca coruñesa y nos adentramos en la ciudad de A Coruña. Hemos dejado atrás esa maravilla de postal que es Redes, así como el curioso embarcadero que preside toda la playa de Perbes, el puente de O Pedrido y la encantadora Ponte do Porco, en el municipio de Miño, con su nueva «Senda dos sentidos» hasta la playa de Ribeira y las espectaculares vistas. Capítulo aparte merece el antiguo Porto de Dexo así que, una vez en la urbe herculina, realizamos una parada obligada en O Portiño, otro lugar con mucho encanto.

Aunque el nombre oficial (para Portos de Galicia) es San Pedro de Visma, los coruñeses se refieren a él como O Portiño. «É un sitio espectacular para pescar polbos e mais para os salmonetes. Ata veñen barcos de Malpica especificamente para iso!», cuenta Iglesias desde su barco, el Primero Villar. «Agora hai menos peixe, pero antes daba uns polbos impresionantes. É un sitio perigoso. Na entrada hai unhas rompentes...».

Finalizamos la ruta por Arteixo en el puerto de Sorrizo, más natural y paradisíaco imposible; y en Suevos, donde amarran unas cincuenta chalanas. «Case todas andan ao polbo, pero este é un sitio de percebe e ourizos», explica el mariñeiro Xosé Iglesias, sobre este peculiar enclave portuario.

Un muelle ballenero cargado de historia en Suevos

La localidad arteixana de Suevos fue puerto ballenero en el siglo XVII. Según el testimonio del canónigo-cardenal Jerónimo del Hoyo, en su memorial del arzobispo de Santiago, «en esta feligresía de poco acá se ha hecho un porteçuelo en el que se pescan ballenas». Así lo recoge el escritor Xabier Maceiras en su libro O mar de Arteixo e os seus naufraxios (editado por Asociación Monte Estrela). «Por iso se lle coñecía como o porto dos vizcaínos, de cando a época na que os vascos viñan pescar aquí», explica Maceiras.

PACO RODRÍGUEZ

Sorrizo: el Arteixo más verde y azul comienza aquí

Escojan mejor un día que no sople mucho nordés. Agarren la crema solar, una visera, zapato cómodo ¡y a disfrutar de la ruta! En la parroquia arteixá de San Pedro de Sorrizo se sitúan varios puertos naturales, como son: Porto da Bendición, Porto dos Cabalos, Porto de Seixelo y el más grande de todos que es el Porto de Sorrizo, propiamente dicho. Un recanto natural, donde se puede observar una playa fósil. Es frecuentado por los aficionados a la pesca, tanto con lanchas, pesca submarina como con caña.

LORETO SILVOSO

El embarcadero más desconocido estaba en la playa de Adormideras

Con la llegada del buen tiempo, apetece más descubrir los secretos de la historia de A Coruña. Un lugar perfecto para hacerlo es el parque escultórico de la Torre de Hércules, donde empieza y termina la ciudad.

Relata el historiador Suso Martínez, famoso por sus rutas teatralizadas y ahora también deportivas, que en la playa de Adormideras hubo un pequeño embarcadero. Nos situamos junto al Monte dos Bicos, donde podemos estudiar los petroglifos de la pena do Altar, otra gran desconocida. Estamos casi en Punta Herminia. «Junto al viejo cementerio musulmán, hoy Casa das Verbas, existe la llanura verde de Pradeiro que desciende al mar, o mejor dicho, a la ría ya de A Coruña, formando dos playas: la del Moro, (que en realidad es la de A Concha) y la de Adormideras. La de A Concha seguramente se llama así por la cantidad de conchas de lapas, mejillones y percebes varados por las mareas, que después de triturarse por los elementos formaban una arena gorda muy demandada para limpiar las cocinas vizcaínas de los pazos de la Ciudad Vieja de la Marineda de Pardo Bazán. Pues, en los tiempos de la escritora, en la siguiente playa, la de Adormideras (que en realidad tiene el nombre de O Grelle) existía el embarcadero natural del viejo fuerte de Pradeiro, usado en el XIX como fielato donde estaban unos funcionarios encargados del cobro de los Consumos, tributo muy odiado por las clases más populares. Esa pequeña playa de O Grelle, que aparece después de la piedra de Macallás, visible en baja mar, fue pues un pequeño y desconocido embarcadero».

Susana Martínez

Un lugar entrañable frente a la Marola

Todavía parece que estamos oyendo a la gran Ana Kiro cantar en su plaza de Mera cuando, sin haber pasado aún la mar toda, nos situamos enfrente de la Marola. Aquí los niños se deleitan buscando la figura de tortuga marina que descansa sobre el mar y los adultos tiran de móvil para inmortalizar el momento. Y, en medio de este paisaje de novela, llegamos al antiguo puerto de Dexo, un lugar entrañable en el que todavía se puede comprobar cómo eran las grúas que se utilizaban para izar los barcos.

Dentro del Monumento natural Costa de Dexo, la ruta del puerto está señalizada, es circular y se puede completar con el Seixo Branco y el Aula do Mar, donde podremos meternos en una furna con sus sonidos y olores. También en O Rañal (Arteixo) «hai un portiño natural, O Carreiro, no que aínda quedan restos dunha grúa que se utilizou nos 80», cuenta Xabier Maceiras. Los mayores de la aldea relataron al escritor arteixán como «un dos curas que houbo a principios do século pasado veu para aquí por mar e desembarcou no Carreiro».