Victoria Folgueira, concursante de «¡Boom!»: «Para concursar no hace falta tener solo conocimientos, sino mantener la calma bajo presión»

Elena Silveira
Elena Silveira A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

EDUARDO PEREZ

Esta coruñesa, rehabilitadora y arqueóloga de profesión, ha superado ya 300 programas en las tardes de Antena 3 y más de 1,5 millones de euros ganados dentro del grupo Los Dispersos

04 abr 2021 . Actualizado a las 22:44 h.

Es conservadora-restauradora y arqueóloga. Su vocación le llegó después de ver la película Indiana Jones en busca del arca perdida y, aunque no lleva látigo ni el característico sombrero de Harrison Ford, es casi tan conocida como el actor norteamericano. Aunque sin tanto estrellato. «Sí, sí, me reconocen por la calle. La gente es muy amable, me saludan y desean suerte», explica desde su casa en el Orzán, aunque se crio en el barrio de Monelos. Se ríe con humildad cuando la halagan por su inmenso bagaje cultural y su prodigiosa memoria, pero Victoria Folgueira (A Coruña, 1975), sí reconoce que le ha sabido sacar partido a ese don participando en concursos televisivos. Primero, en Saber y ganar, llegando a hacer 100 programas; después, en Atrapa un millón y, ahora, en ¡Boom!, como parte del equipo de concursantes que se hacen llamar Los Dispersos, porque cada uno es de una punta de España.

—¿Cuántos programas han grabado ya?

—No sé exactamente el número, pero más de 300.

—¿Y dinero ganado hasta el momento?

—Pues más de un millón y medio de euros. Pero es una cantidad que hay que dividir entre los cuatro del equipo. Y, además, restar lo que se llevará Hacienda.

—Pero aún así es mucho dinero.

—La verdad es que es una suerte increíble. En la vida podría juntar yo tanto dinero si no fuera por este programa.

—¿Qué hará con lo que gane?

—Cuando la situación sanitaria lo permita, viajar. De hecho, los cuatro del grupo ya hemos acordado irnos a Japón. Es un país que nos gusta a todos por su historia y por su cultura.

—En el 2006 debutó como concursante televisiva en el programa «Saber y ganar». ¿Se ve con un espacio propio en la tele sobre cultura, arqueología...?

—¡Bueno! —carraspea y se ríe —. La verdad es que no me veo en el mundo audiovisual porque no tengo formación ni interés en él. Si me ofrecieran alguna colaboración sobre algo relacionado con la cultura o el patrimonio sí que me encantaría hacerlo. Pero yo veo los concursos como una fuente de ingresos que me permitirán tener tranquilidad económica en el futuro y optar a algún concurso que requiera cierta financiación.

—Parece usted muy tímida... ¿cómo surgió lo de ir a la tele?

—Cuando me apunté al casting de Saber y ganar yo estaba en paro, en una situación precaria y muy baja de ánimo. ¿Por qué no probar? Y el resultado de la experiencia fue un subidón de autoestima, porque descubrí que tenía muchos conocimientos a los que podía sacar partido. Es decir, sabía que tenía una cierta cultura, pero no conocía hasta qué punto... En todo caso, para concursar no hace falta solo conocimientos, sino saber mantener la calma bajo presión. He conocido a doctores y a catedráticos mucho más preparados que yo que, al verse compitiendo en un programa de televisión, los nervios les pasaron factura.

—¿Cómo surgió el grupo de Los Dispersos?

—A Manolo y a Óscar ya los conocía de Saber y ganar. Y, a través de ellos, conocí a Miguel. No recuerdo el momento exacto, pero cuando estuve trabajando en Cádiz nos juntamos un día en la feria de Jerez y allí surgió la idea. Lo único que sé es que no fui yo quien lo propuso, aunque me pareció una buena idea.

—¿Suele ver «¡Boom!»?

—No siempre. Las grabaciones son muy intensas y a veces acabas saturada. Normalmente estamos en plató los lunes y los martes, tres semanas al mes. La productora paga el viaje y la estancia en Barcelona. Y solo nos deja libre una semana al mes.

—¿Qué se lleva de la experiencia en los concursos?

—Las amistades y esa satisfacción personal de poder sacar partido a mis conocimientos. Aunque, como yo digo, aprendiz de mucho, maestro de nada.

—¿Y alguna vez su fama le ha perjudicado, al menos en el ámbito profesional?

—Hombre, esta faceta de concursante es algo que no pongo en mi currículo. Pero la verdad es que no recuerdo que me haya perjudicado. Sí es cierto que he tenido que renunciar a algún proyecto que exigía que estuviera en la obra de principio a fin.

—A pesar del esfuerzo que requiere, sigue compaginando la televisión con su profesión. ¿Con qué está ahora?

—Estoy redactando el proyecto de restauración de la iglesia de San Pedro de Dozón, en Pontevedra.

—¿Y cómo logra organizar tanta actividad? En Instagram incluso exhibe trabajos de costura y bordado...

—Eso es algo que me relaja mucho... Pero bueno, consigo compaginar todo porque también trabajo los fines de semana. Y siempre llevo proyectos en Galicia. Excepto una vez que estuve trabajando en Cádiz.

—¿Pero se puede vivir exclusivamente de la arqueología?

—No es fácil encontrar trabajo. Muchos aparecen a través del boca-oreja con gente que conoces. Pero yo he tenido suerte y sí, se puede vivir de esto. Empezar es difícil porque no es un trabajo asalariado, sino por obra.

—Al menos estará bien pagado...

—Pues no, tampoco está bien pagado. Y en el sector de la conservación es peor, porque funciona mucho a través de concursos públicos y con empresas que van a la baja, con lo cual se acaba ahorrando en sueldos. La Asociación de Conservadores Restauradores de España (Acre) lleva mucho tiempo luchando para que se reconozca la importancia de esta profesión y que la legislación contemple esta figura, porque en muchos proyectos piden técnicos competentes, sin más, así que acaban haciendo las restauraciones arqueólogos, arquitectos o gente sin formación adecuada.

—Y claro, así se hacen barbaridades como lo del Ecce Homo.

—O cosas más graves como el San Jorge de Estella, una figura policromada del siglo XVI, cuya restauración se encargó a una empresa de manualidades y acabaron lijando la policromía, con lo que ya no hay recuperación posible. La gente se toma esto con humor, pero a mí me enfada, me indigna. Debe existir una conciencia del valor que tiene el patrimonio cultural y que, para actuar sobre él, tiene que haber un proyecto y un seguimiento por parte de la correspondiente dirección de Patrimonio.

—En el mes de enero pasó el covid y, por ello, hubo algún cambio en el equipo de Los Dispersos. ¿Estuvo ingresada?

—Por suerte fue bastante ligero. Tuve algo de fiebre y tos, no muy continua pero sí profunda. Al segundo día ya me fue bajando la fiebre y me encontraba mejor. Lo normal es que no pase nada, pero es inevitable pasar miedo, aunque no estuve en contacto con mi familia y pasé la cuarentena descansando y leyendo. A ver si empieza a notarse los efectos de las vacunaciones.

—¿Sabe dónde se contagió?

—Posiblemente durante los viajes a Barcelona. Allí nos hacen continuos test de antígenos y llevamos un justificante de la productora para poder viajar. Hay que seguir siendo responsable, aunque después de un año es complicado mantener el mismo nivel de alerta.