«Esto no va solo de bares: somos fichas de dominó y detrás vamos el resto»

montse carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

EDUARDO PEREZ

La hostelería de A Coruña se echa a la calle para pedir ayuda urgente, acuciada por las pérdidas «insostenibles» acumuladas durante ocho meses de restricciones

03 nov 2020 . Actualizado a las 18:00 h.

Para salvar los bares, que acaban siendo casas, salieron a la calle este lunes varios miles de personas en la primera manifestación masiva convocada en A Coruña contra las restricciones impuestas por Santiago y Madrid para tratar de frenar la pandemia. Ocho meses después, el nudo aprieta y ya ha empezado a ahogar. «De las 19 familias que vivíamos de este negocio el año pasado, hoy intentamos sobrevivir 7. La situación es insostenible y en muchos casos tan desesperada que como no llegue rápido la ayuda vamos a ir cerrando uno tras otro, temporalmente o para siempre», alertó Alberto Boquete, copropietario del restaurante La Mansión 1783, con la mirada puesta en lo que pueda ocurrir el lunes 9, cuando la Xunta asuma la competencia para levantar o mantener el toque de queda.

El decreto de Núñez Feijoo que cerró el perímetro de A Coruña y Arteixo, y prohíbe a personas que no vivan juntas encontrarse en lugares públicos, colmó el viernes la paciencia de la hostelería, que se siente perseguida, a pesar de que concentra solo el 3,5 % de los contagios, según datos del Ministerio de Sanidad. Las reuniones privadas, familiares o no, acaparan el 14 %.

«No se concibe que el Estado siga concentrando las restricciones en el ocio diurno y en el nocturno, que está cerrado desde hace meses y a pesar de eso la curva sigue subiendo. Llevan ocho meses con ensayos y entendemos que es normal, no hay precedentes, de acuerdo, pero hacer lo mismo y esperar resultados diferentes es absurdo», razona Boquete.

Con ese hartazgo y la convicción de que las normas que han puesto en jaque al sector no se corresponden con la realidad, discurrió la manifestación por la Marina, desde María Pita hasta la Delegación del Gobierno, con las bandejas que hace un año sostenían espléndidas consumiciones convertidas en instrumentos de percusión en manos de cocineras, limpiadoras, camareros, extras de fin de semana y trabajadores de otros ramos de la órbita de la hostelería. «Esto no va solo de bares. Somos fichas de dominó y si ellos caen detrás vamos el resto. Podemos aguantar más o menos, pero que nadie se engañe, nos hundimos todos», resumió Ángel Vázquez, carnicero

La crisis da la cara

Por la mañana el movimiento en los locales no presagiaba nada bueno. «No hubo nadie. Cada día se factura menos que el anterior. La gente está asustada, no sabe a qué atenerse y se queda en casa. Normal. De hecho, ya no ves a nadie por la calle. Yo pienso que la crisis económica empieza a dar la cara», cuenta María García, dueña del bar Las Pajaritas. 

Ayudas y carencias ICO

Antes de salir hacia la Delegación del Gobierno, el presidente de la asociación, Héctor Cañete, demandó «en un día histórico» ayudas públicas «como las de Alemania, que da a cada negocio el 75 % de la facturación del mismo mes del año pasado», una moratoria automática del período de carencia de los créditos ICO y la eliminación de la cláusula que impide despedir a un trabajador hasta pasados seis meses desde la entrada en vigor del ERTE. «La crisis que se avecina no tiene precedentes», pronosticó Cañete, que advirtió que «no se puede pagar impuestos si no se puede trabajar». Más amargo, el cartel de una manifestante: «Si no trabajamos, ¿cómo vamos a pagaros los sueldos vitalicios?».

La hostelería, remarcó Cañete, «ha dicho basta. No se nos puede seguir criminalizando cuando solo cubrimos el 3,5 % de los contagios y en Cataluña llevan quince días cerrados y a pesar de eso la curva se dispara. No somos responsables», apeló el portavoz, que señaló sin rodeos: «Se permitieron botellones y fiestas en las casas mientras nosotros nos arruinábamos», censuró.

Lida Meza, responsable de tres locales en Uxes y Villarodís, aludió a la venta de alcohol en los supermercados, «sin ningún tipo de control ajustado a la situación que estamos viviendo».

Todo habría sido más fácil, anota Alberto Boquete, «si la Administración nos hubiera utilizado como parte de la solución» en lugar de imponer normas cuyo cumplimiento «no se puede controlar, porque nadie pueden entrar en un domicilio así como así. Y allí están. Preguntad a los taxistas a qué hora trabajan ahora».

«Los políticos no se dan cuenta de que vamos a despidos en cadena con un gasto social mayor»

El cocinero Pablo Gallego acepta el límite de las 23.00 horas si toda la actividad se adelanta dos horas. «Si el comercio cierra a las siete vivimos todos un poquito. Que España es el país más solidario del mundo y arrimamos el hombro sin rechistar. Lo que no tiene sentido es que a las diez de la noche Marineda esté de bote en bote y el resto cerrando. Entre recoger y hacer el arqueo la gente de las tiendas se va directamente para casa, porque se le echa el tiempo encima. Y son los clientes de la hostelería, no los chavales del botellón», recalca Gallego desde su restaurante en la calle Troncoso, convencido de que «los políticos ahora nos aprietan para salvar la Navidad y no se dan cuenta de que van a empezar a llegar los despidos en cadena, con el fin de los ERTE, y a ver quién llega a la primavera», advierte. Y a la postre, el golpe definitivo tocará a todos a través de las arcas públicas. «La carencia de los créditos ICO es de un año como máximo. Están subiendo el IVA y algunas cuotas de autónomos. Si la presión sigue así el Estado va a pasar de tener ingresos, aunque sean pequeños, a desbordar el gasto por la cobertura a todos los trabajadores despedidos», señala.

En la calle Cantábrico se hacen números en precario. «Veñen os de sempre, os de por aquí e cumprindo as medidas que hai que cumprir. Pola noite xa nada», explica José Manuel Infante, dueño desde hace 26 años del bar O Barqueiro y muy castigado por el toque de queda. El fútbol televisado, que reunía en su local a un grupo fiel de clientes, «témolo que seguir pagando, pero remata despois das once e nós ás dez xa temos que recoller», se queja el hostelero de una imposición horaria que entiende que podría admitir matices. «Cunha hora máis abertos, ata ás doce, a cousa iría ben», propone.