Cuando llueve en horizontal

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Marcos Míguez

Cuando llega el verano, nos venimos arriba y ya nos creemos que A Coruña es el Caribe

06 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Tenemos la memoria tan corta y frágil que, cuando llega el verano, nos venimos arriba y ya nos creemos que A Coruña es el Caribe. Vale que tenemos una calavera sobre dos tibias en el escudo y que fuimos puerto del gusto de algunos elegantes corsarios, pero de ahí no pasan las coincidencias con el golfo de Jack Sparrow. Basta que empiece octubre para que el Atlántico nos recuerde quién manda aquí y se nos quite la cara de turistas a perpetuidad.

A los que tanto hablan de Galifornia -que suelen ser los mismos que usan juernes y otras parodias del idioma- quería verlos yo cuando el otro día, en medio de la primera tormenta del otoño, pasé por María Pita y los dioses jugaban a las canicas con las sillas de las terrazas. Es lo que pasa cuando llueve en horizontal y el viento dobla las esquinas y redecora la plaza colocando el mobiliario donde le parece que menos estorba a sus soplidos.

Al ver agazapados a un grupo de viajeros en los soportales, con esos ponchos de plástico que te dan para visitar la Torre o las cataratas del Niágara, me acordé de una historia que contaba Emilio González López en sus memorias. Apuntaba el sabio que, para averiguar si un coruñés es nativo o de importación, basta con soltarlo en María Pita un día de lluvia y observar cómo cruza la plaza bajo el aguacero. Si para ir de la lotería a la puerta del ayuntamiento, el individuo se dedica a regatear charcos y baldosas sueltas como si el cuadrilátero municipal fuese un campo de minas, no hay duda: el saltimbanqui no acaba de ser coruñés del todo. El indígena que ya era coruñés cuando A Coruña era romana atraviesa la plaza en línea recta, como un kamikaze, da igual si graniza o brotan géiseres entre los adoquines. De dar un largo rodeo bajo los soportales ya ni hablamos. Para algo somos anfibios.