La vida después de la demolición del viaducto de la ronda de Nelle de A Coruña

Elena Silveira
Elena Silveira A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

E. Silveira

Vecinos y comerciantes de la zona confirman que ahora disfrutan de más luz, limpieza y «unas vistas preciosas»

26 sep 2020 . Actualizado a las 23:26 h.

El pasado enero se hizo la luz en muchos hogares de la ronda de Nelle. Ese mes comenzaron las obras de demolición del viaducto sobre la avenida de Finisterre que, según muchos vecinos, «nunca debió de haberse construido» hace 42 años. Las máquinas retiraron casi 2.000 toneladas de acero, hormigón y tierra, con una inversión superior a los 1,2 millones de euros que incluyó la reurbanización de la zona. Para Luis Furelos y su mujer Rosa Sesar la desaparición de ese puente ha significado un giro de 180 grados en sus vidas: «A ver, no es que haya cambiado solo nuestra vida, sino la de todos los que viven en este entorno. Ahora ya no huele a orines, hay más limpieza y claridad. ¡Hay árboles y bancos!. Y se han revalorizado todas las viviendas», explica Luis. Alaba que la empresa Arias Infraestructuras hubiera conseguido realizar la demolición en tan solo unos meses, cuando el plazo inicial que se barajaba era de casi un año. «Vivimos en un primero. Y no tenemos ninguna queja en cuanto al ruido o la suciedad que generaron los trabajos. Fue lo mínimo que puede haber en cualquier obra. La suerte fue que acabaran antes de que llegara el coronavirus y el confinamiento, porque todo hubiera quedado a medio hacer», indica. 

CESAR QUIAN

MARCOS MÍGUEZ

El pasado mes de enero Luis explicaba para La Voz de Galicia que el ruido del tráfico no era su principal enemigo, a pesar de que el asfalto lo tenía a tiro de piedra. «Yo calculo que el puente estaba a tres o cuatro metros de mis ventanas». Dice que el doble ventanal blindaba la vivienda ante los motores de los coches. «En realidad, lo peor era la suciedad, la porquería que había en la calle. En verano, cuando abrías la ventana, el olor a orines era insoportable. La parte baja del viaducto era el meadero público de la ciudad. Ahora abres la ventana y ves una calle abierta. Después de 24 años aquí, ahora da gusto», dice. 

CESAR QUIAN

La diferencia no solo la están notando los residentes. También los negocios notan el antes y el después. Víctor Freire, el pastelero y repostero de La Dulcería, confirma que la gente pasea más por esta zona, con aceras más anchas, árboles y bancos. «Los vecinos se iban antes a otras zonas para pasear porque no era agradable pasar por aquí. Ahora el entorno es más saludable... está más humanizado». Sigue habiendo tráfico, «evidentemente», pero, tal y como explica, «ya no se oyen tantos bocinazos como antes. Yo creo que no hay los agobios y el caos que generaba antes el puente. Y el tráfico va bastante fluido». En cuanto a su negocio, Víctor indica que va recuperando la normalidad poco a poco: «Es que primero fueron las obras y después llegó el coronavirus. He tenido que adaptarme a la situación y ajustando a las necesidades de los clientes, porque la gente sigue teniendo miedo, pero sigo con el obrador y las tartas por encargo», dice mientras muestra sus especialidades: la bica, la torta de maíz, el roscón de reyes o la bollería tradicional. «El horno ya está encendido a las 6.30 horas». 

CESAR QUIAN

Justo al lado de la Dulcería, Gladys Corzo regenta un ultramarinos de reciente apertura, ya que en noviembre hará un año que lo inauguró. «¿Qué ha cambiado sin el viaducto? Todo. Ha sido una mejora total. Ya no hay los olores de antes, la suciedad... La vista es preciosa, ves toda la avenida. Ha quedado muy bonito. Y yo creo que todo el mundo opina lo mismo». Gladys explica que la ausencia del puente le beneficia hasta en la factura de la luz eléctrica: «Entra más claridad, así que no tengo que tener encendidas las luces todo el día». Lo único que echa en falta, comenta con cierta sorna, es que le hubieran puesto un banco justo frente a la entrada de su negocio.