Simeón, un hombre que cuida a 50 gatos y que pide ayuda «para que mañana no sean 100»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

Le ha puesto nombre a todos y se ve incapaz de sustentar la colonia si el Ayuntamiento no los esteriliza

05 jul 2020 . Actualizado a las 10:08 h.

Cuando se entra en casa de Simeón Ziquete apenas se puede caminar. Gatos y más gatos de todas las edades y colores se meten entre las piernas buscando mimo o estudiando al forastero. Y en medio, un perro sabueso que a estas alturas ya debiera creerse un felino más. Al hombre no le molestan. Por si queda alguna duda, se declara un «profundo amante de los animales». Ahora tiene 50 gatos y a todos los conoce y llama por el nombre. Pero ya no puede con más. La colonia se disparó y ya ha gastado tanto en veterinarios para castrar a algunos, que lleva dos años llamando a las puertas del Ayuntamiento para que le echen una mano. «Por lo menos, que se encarguen de la esterilización». Porque los animales, aunque residan en su vivienda, les dé de comer dos veces al día y al que está enfermo lo lleva al veterinario, no son suyos. Son de la calle. Aunque hayan tomado la casa de Simeón Ziquete como un balneario.

Este vecino de Penamoa de 82 años, jubilado y que fue secretario municipal en varios ayuntamientos gallegos, empezó con tres gatos hace 12 años. Dice que le hacían mucha compañía y, además, hicieron desaparecer a las ratas del barrio, «algunas como conejos». Pero cuando se desmanteló el poblado chabolista de Penamoa y la zona fue ajardinada, todos los felinos que allí había se fueron con él. Incapaz de abandonarlos a su suerte, comenzó a darles de comer. «¿Qué iba a hacer? ¿Dejarlos morir?», dice.

Poco a poco, la colonia fue creciendo. Hasta los 50 que cuida a día de hoy y los que vendrán en unas semanas, pues dos de las gatas están embarazadas. Podían ser más si no fuera por la velutina, que el año pasado mató a 13 felinos.

El trato que les brinda Simeón, además, es personalizado. El que come más despacio le sirve en una zona apartada. Los que se criaron en casa tienen su comedor y los que andan merodeando por el barrio y solo van a comer y a dormir cuentan con otro.

«Me levanto antes de las 9. Le llevo el desayuno a mi esposa y me pongo a preparar el de ellos. Un poco de pienso y además les cocino arroz y macarrones, que sirvo en varias decenas de bandejas», cuenta. A las 10.30, los felinos ya llenaron el estómago. Que vuelven a llenar a las 19.30. Todos los días del año. Luego también se ocupa de la limpieza, lo que le priva de unas tres horas diarias dedicadas por entero a los animales. En el Ayuntamiento le dijeron que no les diese de comer. «Pero si no lo hago, todo el mundo sabe que los que se crían en una casa se morirían», dice. Y «si no los castran, mañana serán más de cien».