Treinta años de soledad, alcohol y cuidados de una pija coruñesa

MONTSE CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

En primer término, Marisa Pardal, trabajadora social de la Unidade de Tratamento do Alcol e Condutas Adictivas (UTACA), y de espaldas, María José, usuaria, en un taller de estimulación cognitiva celebrado esta semana en la sede del Birloque
En primer término, Marisa Pardal, trabajadora social de la Unidade de Tratamento do Alcol e Condutas Adictivas (UTACA), y de espaldas, María José, usuaria, en un taller de estimulación cognitiva celebrado esta semana en la sede del Birloque CESAR QUIAN

En el 50.º aniversario de la antigua Asociación de Ex Alcohólicos de A Coruña (hoy Utaca), una usuaria, María José, comparte la historia de su vida

27 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Yo era una pijita coruñesa». Al salir de clase, en una cafetería de Rubine que ya no existe, las niñas de las Terciarias se cambiaban el uniforme por ropa de calle y se iban a beber condados a los bares de la Franja. Así se empezaba. El final, siempre más cruel con las mujeres, llegó en absoluta soledad. «Al alcohol no le vemos peligro al principio. Está socialmente aceptado, permitido y fomentado, porque ¿quien recauda los impuestos del alcohol, el tabaco y el juego? Cuando sí hay problemas, quien primero los ve es la gente que está alrededor. Una amenaza de divorcio, un hijo que no quiere volver a ver a su madre o a su padre, un accidente de coche, un problema de salud, un juez que ordena un tratamiento para evitar la prisión. Siempre hay un detonante», cuenta Marisa Pardal, trabajadora social de la Unidade de Tratamento do Alcol e Condutas Adictivas (Utaca), que ayer cumplió medio siglo de actividad en la misma casa azul del Birloque donde nació como Asociación de Ex Alcohólicos de A Coruña.

Allí mismo, en un taller de estimulación cognitiva, María José, «pijita» del 59 con carrera universitaria y familia conocida y pudiente, recuerda la frase que le dedicó el psiquiatra Alfonso García Carballal cuando la recibió en Utaca por primera vez: «¿Que tú eres débil? Eres muy fuerte. Nadie viene así como así Yo llamé por teléfono sin decírselo a nadie y vine», cuenta. Treinta años antes había tomado una decisión que explica en buena parte su vida. Renunciar a todo para cuidar a su familia. «Cuando mi padre enfermó le dije a mi hermana: Una de las dos tiene que dejar el trabajo, lo dejo yo, no me importa, quiero cuidarlo». Y ahí también empezó todo.

«Así como no se ve que los hombres renuncien a su trabajo, su pareja y su vida por cuidar a sus padres (quedarían al cuidado de su mujer, normalmente), las mujeres sí renuncian a todo sin preocuparse de su futuro hasta que todos desaparecen y quedan solas, sin nada, sin haber cotizado y completamente desprotegidas», explica Pardal, que pone a María José como ejemplo de la necesidad crucial de la perspectiva de género para el análisis. 

Ellas beben solas y en casa

De aquella familia estable y poderosa han muerto todos menos su cuidadora, que en estos 30 años ha perdido la salud, el trabajo, a dos parejas y la liquidez mínima para pagar el bus. «Mi madre murió hace dos años y medio y tuve que pedir dinero para enterrarla. El alcohol fue mi única compañía. A mí me pesó la soledad», confía la mujer, que todavía se despierta buscando a su madre en la cama que compartían.

Nadie cuestiona a un hombre que bebe solo, va de un bar a otro y habla con uno aquí y con otro allá. «A una mujer se la cuestiona siempre. Por eso muchas beben en casa», explica la trabajadora social, que advierte del muy diferente estado en que llegan a la unidad: «Más tarde y más deterioradas que ellos».

Marisa Pardal alerta de la extrema vulnerabilidad de las mujeres que han perdido su hogar y han estado o siguen estando en la calle. «Buscan y necesitan protección, porque siempre hay quien prefiere que estén bebidas para someterlas. Si yo tengo un problema de alcohol y vivo en la calle, antes de que me violen veinte prefiero que me viole uno solo. Por eso me voy a vivir con ese, aunque sepa que me va a maltratar y aunque sepa que me va a violar», destripa la especialista. Y un hombre presente en el taller que vivió tres años debajo de un banco asiente: «Eso es así».

Esta manera de vivir deja sin credibilidad a las mujeres. «El resto tiene el beneficio de la duda. Ellas, no», subraya Marisa Pardal. La sociedad, apunta, es muy punitiva con las personas vulnerables, «se basa en el esfuerzo. Si tú no tienes, es porque no lo mereces. Y no es cierto. Cuántos hay que se esfuerzan sin éxito y, sobre todo, cuántos no tienen la posibilidad de hacer un esfuerzo simplemente porque no se la dan».