¿Y qué opinan las estatuas?

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Estatua de Emilia Pardo Bazán en los jardines de Méndez Núñez
Estatua de Emilia Pardo Bazán en los jardines de Méndez Núñez ANGEL MANSO

Las estatuas tienen ese humor negro que solo dan los siglos. Por eso les entra la risa floja cuando alguien viene ahora a decapitarlas

23 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que es tendencia -signifique lo que signifique «ser tendencia»- derribar las estatuas de nuestros mayores, recuerdo aquel día en que un director, de los que fumaban puros para dar al cargo el prestigio de ultramar de los buenos habanos, me mandó a la calle a hacer periodismo:

-Pousa, quiero que entreviste a todas las estatuas de la ciudad. A ver qué opinan de todo esto.

-¿Llevo grabadora?

La grabadora era una especie de móvil, pero sin WhatsApp, ni Instagram, que valía para enviarse mensajes de voz a uno mismo. Ibas por ahí con un montón de audios en el bolsillo sin poder mandárselos a nadie, así que a veces hablabas con alguien, lo transcribías y a eso lo llamábamos entrevista.

Todavía conservo las cintas en las que registré aquellas charlas con las estatuas de María Pita, Valle-Inclán, Cunqueiro, Wenceslao o doña Emilia. Hasta entrevisté al Diablo, que entonces tenía monumento en Méndez Núñez, antes de que lo escondiesen en un almacén municipal (solo por si acaso).

Aquel encargo de entrevistar estatuas que muchos se hubiesen tomado de coña y que yo me tomé muy en serio me enseñó varias cosas. Por ejemplo, que estas cabezas de piedra y bronce no se dan mucha importancia a sí mismas y asumen que la gloria póstuma consiste básicamente en que te caguen encima las palomas.

-La eternidad es una mierda.

Así lo resumía Valle-Inclán, que echaba de menos su mano ausente para espantar a los pájaros que anidaban entre sus barbas.

Las estatuas tienen ese humor negro que solo dan los siglos. Por eso les entra la risa floja cuando alguien viene ahora a decapitarlas.

-Siempre soñé con ser la Victoria de Samotracia. Y ya de paso, me arreglan la papada.

Me lo contó Pardo Bazán, sacándose a Galdós del escote.