Cuando la ciudad se transforma en un orinal

Esther Mato Fondo EN LÍNEA

A CORUÑA CIUDAD

31 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Amedida que se inició el plan de desescalada del confinamiento tras el establecido estado de alarma covid-19, las ciudades comenzaron a mudar de una manera plástcico-visual, auditiva e incluso olfativa.

Los paseos de perros dieron paso a la expresión deportiva de la ciudadanía en sus múltiples versiones, se ampliaron las zonas de paseo y se restringió el espacio para la circulación viaria. Al mismo tiempo los bares y algunos restaurantes abrían tímidamente sus puertas y se reservaba un espacio en las terrazas como medida de seguridad acompañándose del nuevo ritual de limpiar a conciencia las mesas y silla, eliminar los ceniceros como objeto de uso a compartir, etcétera...

Parecía que todo estaba más o menos en orden y que era posible deambular por la ciudad de nuevo imaginando que habíamos tenido tiempo a reflexionar en nuestro confinamiento para empezar a hacer las cosas mejor.

Coincidiendo con un verano adelantando, de repente en las terrazas comenzó a concentrarse la vida social y el encuentro ciudadano, comenzaron las caras de desespero por la ocupación descarada de las mesas como si no hubiera un mañana, las colillas alfombraban las aceras y el ruido ambiental subía más y más decibelios cada día.

Y de repente los olores... no, no me refiero a los de los geles hidroalcohólicos en espray ni a los de los cafés en las terrazas ni tan siquiera a los de las frituras y aromas de especies de los restaurantes … si no a los olores a orines por doquier, en las calles peatonales, los jardines, los andenes de las playa …

En una esquina del Cantón, en A Coruña, saliendo de un cajero, me topo de bruces con un señor mayor que se apura en subir la cremallera de su pantalón dejando el rastro de una larga meada .

¡Higiene de manos, por favor!

Sí , las ciudades no están preparadas para satisfacer el mínimo necesario de higiene para una ciudadanía que le gusta tanto vivir en la calle. Ni para cobijar a toda la gente más o menos mayor con sus problemas de urgencia urinaria que desean salir a pasear libremente. Muchos de ellos calculan con exactitud el recorrido de su paseo pensando en el acceso posible a los urinarios. Pero no debe de recaer sobre los hosteleros este servicio público. Un pueblo tan jaranero como el nuestro necesita de servicios públicos en cantidad suficiente para asegurar una estancia callejera sin meadas fuera de tiesto, tirada de papeles, colillas y basura de toda índole.

Y junto a ello grandes dosis de educación cívica y sanciones a medida. ¡Como para ir a mear y no echar gota, vamos!