Para superarlo tienes que afrontarlo. Poner un pie en la acera es la mejor forma de luchar contra este enemigo invisible. Pero ojo, no lo hagas a las bravas. Mejor ve saliendo de una forma progresiva

SUSANA ACOSTA

Las aglomeraciones del pasado fin de semana pueden esconder una realidad. La de las personas que después de siete semanas confinadas en sus casas ahora temen poner un pie en la acera. Un problema que algunos ya le han puesto nombre, el síndrome de la cabaña, aunque este término no aparezca en ningún manual de diagnóstico de psicopatología. Pero, ¿en qué consiste? Aquí te damos las claves para detectarlo.

«Se aplica a la gente que está durante mucho tiempo en una situación de privación de libertad y que cuando se enfrenta con la vida normal, volver otra vez a tener libertad de movimientos le da miedo», explica Manuel Lage, psicólogo clínico de la Utaca en A Coruña y que también aclara que este síndrome puede desencadenar una fobia. «La privación de libertad en un principio implica una dificultad para adaptarse, pero una vez que se produce esa adaptación, tener una vida con unas rutinas muy firmes hace que todo sea muy seguro», indica. «Yo sé exactamente cómo va a ser mañana, pasado y al día siguiente. Y eso me da seguridad, mientras que la libertad, que suele ser también maravillosa, implica también incertidumbre, el no saber qué va a ocurrir. El miedo no tiene tanto que ver con una sensación de pánico, sino con una sensación de inseguridad». Por eso, Lage recomienda enfrentarse a este miedo de una forma progresiva: «Cuanto más cedes al miedo, más terreno gana. Y al revés. Uno se puede enfrentar a lo bestia, nosotros a eso le llamamos implosión. Es decir, yo tengo miedo a las serpientes, pues me voy al Amazonas. Se te va a curar, pero ¡vaya forma de hacerlo! Yo no recomiendo la implosión, mejor las aproximaciones sucesivas. Que es ir enfrentándose poco a poco a la situación temida y manteniendo bajo control las reacciones. Obligarse de una manera ordenada a ir saliendo un poquito hoy, un poquito más mañana, otro poquito más pasado, hasta que ese miedo por sí solo suele desaparecer».

Y así irá ganando confianza: «Al no ocurrir nada que confirme las sospechas de que pueda pasar algo malo, ese tema acaba desapareciendo».

LOS NIÑOS

¿Y qué pasa en los niños? ¿También pueden padecer estos miedos? Lage considera que afecta más a los adultos: «Con los niños haría un punto y aparte. Los distinguiría. Hay varias razones por las que no pueden querer salir a la calle. Algunas veces es más por una sensación de comodidad y otras porque son una esponja para detectar el estado de ánimo de los adultos. Y si el adulto se muestra inseguro, él también asume esa inseguridad. Los niños se contagian sin darse cuenta de los estados emocionales de los adultos. Y no es que tenga ese miedo, sino que lo reciben del entorno que les rodea».