Sin separarse ni un minuto. El grave problema de salud que la hija de José Manuel y María presentó al nacer hizo que sus padres no la dejaran sola durante el primer año de vida que estuvo en el hospital

SUSANA ACOSTA

El nacimiento de Elena comenzó como lo hacen todos los alumbramientos. Con una alegría tremenda. Pero rápidamente esa euforia se tornó en preocupación para José Manuel y María al ver que su hija tenía que ser intervenida de urgencia. Presentaba atresia esofágica, un problema en el que parte del esófago del bebé -el tubo que conecta la boca con el estómago- no se desarrolla adecuadamente: «La niña al nacer tosía y no respiraba bien y ya la operaron al momento. Y después todo se complicó porque los huesos de la garganta, los anillos que los recubren, eran blanditos. Entonces se colapsaba cada vez que comía, se quedaba como sin aire. Y la verdad que desde el principio lo pasamos muy mal», asegura su padre José Manuel Rodríguez.

José Manuel con Elena en la época en la que tuvo que estar ingresada en Materno Infantil de A Coruña
José Manuel con Elena en la época en la que tuvo que estar ingresada en Materno Infantil de A Coruña

La situación fue tal que Elena tuvo que quedarse un año entero ingresada en el hospital Materno Infantil de A Coruña. «Estuvo allí hasta que cumplió un año. En la unidad de neonatos hasta los cinco meses y como ya era muy grande la pasaron a planta», indica José Manuel, que no se separó ni un minuto de ella: «Sí, en neonatos íbamos el tiempo que nos dejaban de visita e incluso nos permitían quedarnos más con ella, pero las enfermeras se quedaban por la noche con la niña. Luego, cuando la pasaron a planta, ya me tenía que quedar. Yo, por aquella época, no trabajaba y mi mujer ya sí, entonces la mayor parte del tiempo estaba yo. Ella se quedaba al mediodía, las horas que tenía libres y un poco por la noche», explica que se organizaron de esa manera para no dejar ni un segundo sola a la pequeña.

José Manuel no se olvida de las numerosas crisis que tenía su bebé: «Al principio, los cinco primeros meses, le metieron una sonda para alimentarla. Fueron bastantes altibajos porque colapsaba. Una vez al mes o cada dos meses se quedaba sin aire y era como si la tuvieran que reanimar, se quedaba pálida. Al recordarlo aún te vienen momentos de angustia, la verdad. Verla como la veo ahora, después de lo que pasó, es una alegría. Sobre todo, porque no le quedaron secuelas ni nada».

Elena ahora se encuentra estupendamente, pero José Manuel y María nunca se olvidarán de esos doce meses que pasaron en el hospital junto a su hija. De ese tiempo guarda un recuerdo inmejorable de todos los profesionales que atendieron a la pequeña, de su profesionalidad y, sobre todo, del cariño con el que los trataron. Sabe además que las decisiones que tomaron fueron las correctas y que de esas decisiones dependió la vida de su bebé: «De verdad, son maravillosos. Yo nunca había tenido ningún problema y la verdad es que nos dieron muchísimas facilidades para que estuviéramos lo mejor posible. Había que cuidarlos más en todos los momentos, no solo acordarse de ellos ahora. El personal médico planteó una solución parcial para Elena, para no quedarnos en el hospital tanto tiempo, hacerle en la tráquea como un agujerillo que funcionara como un respirador. Pero en lugar de eso, decidieron esperar a que sus huesos maduraran porque igual no era la solución y prefirieron esperar. No tengo palabras de agradecimiento», explica.

Segunda operación

La intervención cuando todavía era una recién nacida no fue la única que sufrió Elena de bebé: «La operaron de nuevo. Se llama aortopexia. Le desplazaron la arteria aorta a la altura del pecho para que no le oprimiera la tráquea. Eso fue a los cuatro o cinco meses, que vieron que colapsaba bastante y tuvieron que tomar una decisión».

Poco a poco las crisis fueron a menos y a los doce meses le dieron el alta. La llegada a casa también fue dura porque tanto José Manuel como María se veían solos ante cualquier problema que pudiera surgir: «En casa el único problema que tuvimos es que estábamos nerviosos porque no es como estar en el hospital. No tienes los mismos medios, aunque nos mandaron un equipo para controlarla. A los cinco días no se colapsó, pero tuvo un amago. Nos pusimos nerviosos y la llevamos a urgencias. Estuvo allí un día y ya volvió para casa y desde entonces no ha tenido ninguna crisis más», asegura este padre al que todavía le tiembla un poco la voz al contar el duro episodio por el que tuvieron que pasar.

A José Manuel no se le fue el miedo del cuerpo tan pronto. Tardó seis meses en volver a trabajar: «Fue cuando yo también me sentí confiado porque no la queríamos dejar con nadie. Somos padres, y que nos pasara cualquier cosa a nosotros ya era bastante desgracia, pero que encima le pudiera pasar a un abuelo o demás no me lo perdonaría. Así que no la dejábamos nunca sola», explica este hombre que todavía tiene muy presente todo lo ocurrido.

Elena ahora es una niña completamente normal. Incluso no presta demasiada atención a la gran hazaña que tuvo que superar nada más nacer. Pero esa es quizás la mayor prueba de que está completamente sana: «No le da mucha importancia porque como no lo recuerda... Además como fue el primer año de vida, para ella el hospital era como su casa».

La situación mejoró tanto que incluso José Manuel y María se animaron a tener una segunda hija, Elsa, aunque tuvieron sus dudas en un primer momento: «Teníamos miedo a que le pasara lo mismo. Lo consultamos. Y los médicos nos dijeron que lo de Elena era un caso entre un millón o millones de personas. Si te coincide otro es como quien juega a la lotería y le toca dos veces seguidas. Es casi improbable. ¿Que te puede pasar Sí. Pero como no era hereditario nos animamos y todo fue estupendamente».