La revolución coruñesa del 21 de febrero de 1820

Xosé Alfeirán

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

Oficiales y vecinos liberales arrestaron a los absolutistas y proclamaron la Constitución de 1812

18 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El plan era sencillo y peligroso. Si fracasaban les esperaba la cárcel o la muerte; si triunfaban podían cambiar el destino de España. Solo unos pocos lo conocían, pero esperaban contar con el apoyo mayoritario del vecindario de A Coruña. El 1 de enero de 1820, el teniente coronel Riego había proclamado la Constitución de 1812 en Cabezas de San Juan, Sevilla, y su columna de insurgentes seguía activa. Además, la isla del León, en Cádiz, estaba bajo el dominio del betanceiro coronel liberal Quiroga. Llevaban tiempo conspirando y debían aprovechar la oportunidad. En la mañana del 21 de febrero, los jefes y oficiales de la guarnición coruñesa se dirigieron al palacio de Capitanía para cumplimentar al capitán general absolutista Francisco Javier Venegas, recién retornado de Madrid. Según el capitán liberal Urcullu, «había llegado la hora de sacudir la miserable esclavitud en la que yacía Galicia».

Se trataba de crear, durante la recepción al capitán general, una distracción en la plaza delante de Capitanía, hecha por patriotas al grito de «¡Viva la nación y la Constitución!», y aprovecharla dentro de palacio para obligar a Venegas a aceptarla. La hora prevista era a las doce y se sincronizaría su comienzo en la plaza mediante una señal desde una ventana del palacio y en el interior anunciando el alboroto para sacar las espadas los oficiales implicados. Los escritos coetáneos de Urcullu y Venegas nos relatan lo acontecido.

En el gran salón del trono de Capitanía, el capitán general Venegas, vestido de levita y sin espada, recibía sus cumplimientos sin desconfiar. Unos minutos después, el teniente coronel José Aranda salió a uno de los balcones que dan a la plaza e hizo la señal con su pañuelo. Tuvo que repetirla porque entre la gente hubo confusión de órdenes y no estaban «ni la cuarta parte» de los convocados. Comprendida la señal, los paisanos, armados de sables y pistolas y dando los vivas acordados, se aproximaron a la guardia para apoderarse de ella. El centinela y dos soldados más dispararon sin acertar, logrando José Varela y José Regal apoderarse de sus armas y encerrarlos.

Al poco rato, en el salón avisaron en alta voz a Venegas de que «la guardia estaba alborotada», asomándose ya por la puerta los primeros paisanos. En ese momento, el coronel Carlos Espinosa de los Monteros, uno de los cabecillas de la rebelión, «saca la espada y espontáneamente le imitan todos los demás».

Venegas, confundido, se dirige hacia su cuarto a buscar la suya y, según cuenta él, uno de los conspiradores «vestido de paisano, pero con bigotes y apariencias de oficial, le puso una pistola al oído derecho, diciendo «¡viva la nación!». Al mismo tiempo, seguían entrando en el salón vecinos armados gritando «¡viva la Constitución!».

Controlado el palacio, los oficiales liberales se dirigieron hacia los cuarteles, donde, ayudados por subalternos previamente implicados, pusieron sobre las armas a los soldados. Formados los regimientos se presentaron delante de Capitanía dispuestos a defender la Constitución. ¿Pero quién los dirigiría y gobernaría?