Lluvia de robalizas en el dique de abrigo

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Las olas superan el dique de abrigo.
Las olas superan el dique de abrigo. EDUARDO PEREZ

A Xan o Coxo, entre trago y trago de rioja le caía la pesca del cielo. O eso al menos contaba él

15 feb 2020 . Actualizado a las 22:51 h.

Xan o Coxo, en paz descanse, a cuyo cuerpo se amoldaron las inquebrantables rocas del castillo de San Antón porque se pasaba las tardes allí sentado ensartando senrada en anzuelos, y que salía después en su bote para arrancarle al mar cuatro panchos flacos y unos cuantos muxes del fango que devolvía al agua con cara de asco y blasfemias irreproducibles, contaba una historia fantástica de la que algunos, incluso sus más allegados, recelaban un poco. Tal vez por su querencia a esconder en la cesta una botella de rioja antes de zarpar.

Contaba Xan o Coxo que una tarde de temporal y pleamar en la que se jugó el bigote -no tenía- y la barba -tampoco tenía- tirando la caña al amparo del dique vio saltar varias olas por encima de la escollera, la última de las cuales trajo en suspensión un pequeño banco de robalizas de un tamaño considerable, y unas pocas quedaron diseminadas por las rocas dando pequeños brincos en su agonía, por lo que pudo acercarse y recogerlas. Su mala fama con la caña le precedía, así que su familia maliciaba, con cierta ironía, que las había comprado en la plaza de Lugo, donde las malas lenguas decían que daba salida con frecuencia a su frustración como pescador.

Nunca he tenido muy clara esta historia de Xan o Coxo, aunque es lo de menos. Cierto que tampoco tengo muy claro por qué le llamaban Xan o Coxo cuando caminaba perfectamente, sin aparentes señales de defecto físico. Supongo que esos motes nacen en la infancia y ahí se quedan toda la vida. Pero me acordé de su relato viendo esta semana las imágenes del temporal, con las olas pasando de un lado a otro del dique y arrastrando rocas del tamaño de robalizas. Aunque esta vez los que quedaron diseminados por la escollera fueron los coches, como cetáceos a merced de la incontenible fuerza de la naturaleza.

Disfrutamos paseando por esta estructura mastodóntica, pero no somos conscientes de su envergadura ni de su importancia hasta que Neptuno se cabrea y le da por remover piedras del fondo… o robalizas, no sé. Los 1.336 metros del dique de abrigo se empezaron a construir en 1948 y se terminaron en 1964. Es decir, que tardaron 16 años en completarlo, lo que da una idea de la magna tarea, en la que se emplearon 3,4 millones de toneladas de escollera. Y es curioso cómo una obra que en el fondo es un cierre más del puerto supuso también una apertura, porque dio amparo a muelles interiores por los que entonces se permitía pasear a los coruñeses, que pasaron a hacerlo con más seguridad y frecuencia.

Hasta que casi todo el puerto quedó cerrado en una inexplicable pérdida para la ciudad. Menos para los que, como Xan o Coxo, tienen el privilegio de coger su pequeño bote y remar con libertad hasta el dique para ver volar las robalizas.