Fardos de Coruñas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

El fardo empezó por ser «un lío de ropa», y en A Coruña, donde siempre hemos sido muy de vestir a los de fuera, ya se lanzaban en el siglo XIX fardos hacia el mundo exterior

28 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay palabras que empiezan por decirlo todo y luego se van achicando, encogiéndose en un big bang inverso, desecando sus significados hasta quedarse en los huesos, reducidas al tuétano de sí mismas. Se ve que el futuro del Diccionario también es ese polvo de estrellas al que está destinado el universo entero. Sucede, por ejemplo, con fardo, ese paquete que empezó por envolver cualquier cosa y ha acabado por ser un sinónimo más de fariña, de farlopa, de perico. Si uno escucha la palabra fardo se imagina enseguida una planeadora sobrevolando las olas mientras los narcos —del país o de importación— arrojan la cocaína por la borda para que sus compinches de la orilla la pongan cuanto antes a rodar en la ruleta del mercado.

El fardo empezó por ser «un lío de ropa», y en A Coruña, donde siempre hemos sido muy de vestir a los de fuera, ya se lanzaban en el siglo XIX fardos hacia el mundo exterior. Nos lo recuerda nada menos que Benito Pérez Galdós en Fortuna y Jacinta, donde uno va leyendo medio despistado las andanzas de Juanito Santa Cruz por un Madrid helado —cuánto frío se pasa en las novelas de Galdós— y de pronto se tropieza con este párrafo: «El primer conde de Trujillo está casado con una de las hijas del famoso negociante Casarredonda, que hizo colosal fortuna vendiendo fardos de Coruñas y Viveros para vestir a la tropa y a la Milicia Nacional». Esta ciudad ha sido siempre tan plástica que uno lo mismo podía fumársela —liada en forma de faria de la Fábrica de Tabacos de A Palloza— que echársela por los hombros al estilo de esos finos paños que Galicia exportaba a las sastrerías bien de Madrid.

Está Galdós de centenario y hay que leerlo. No porque lo digan los números redondos, que son mucho más aburridos que los primos, sino porque Reino de Cordelia acaba de sacar una edición en dos tomos de Fortunata y Jacinta en la que uno querría quedarse a vivir de lo bonita que es. Y porque Benito te va toreando mansamente durante páginas y páginas y, cuando te confías, va y se saca de la manga una frase con la que funde en dos líneas la historia de España: «Y pasó a la Mancha y Andalucía en el verano del 73, cuando la Península, ardiendo por los cuatro costados, era una inmensa pira a la cual cada español había llevado su tea y el Gobierno soplaba». Y así todo el rato.

A Galdós teníamos que haberle puesto un piso en A Coruña cuando fue novio, o amante, o como se diga, de Pardo Bazán. Ahí no estuvimos espabilados. Tendremos que consolarnos releyendo en Miquiño mío (Turner) las deliciosas cartas que Emilia le enviaba a Benito desde la calle Tabernas. Son la gran novela de amor de un país más aficionado a las hogueras reales que a las metafóricas.