Éibar reabre la herida de la caída del vertedero de Bens de hace 23 años

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

Del tsunami de basura que mató a un hombre y sepultó O Portiño en 1996 ya solo queda una avalancha de recuerdos

18 feb 2020 . Actualizado a las 10:09 h.

A A Coruña se le cayó el mundo encima el 10 de septiembre de 1996. Veintitres años después, se le cayó al pequeño pueblo vizcaíno de Zaldíbar. Ocurrió lo mismo. Una lengua de basura de medio millón de toneladas se comió todo a su paso, llevándose la vida de dos trabajadores y convirtiendo la comarca de Éibar en un infierno. También allí, toneladas de mierda -con perdón- acumulada sin xeito alguno sobre una montaña durante decenios descargaron su furia sobre la población.

Este desastre sucedido en el País Vasco hizo rememorar a los coruñeses la desgracia de Bens, cuando la basura cobró vida en forma de gigante de 100.000 toneladas de peso. Su aliento putrefacto se extendió por toda la ciudad y tapó muchas narices. Su furia amenazó al poblado de O Portiño, que halló refugió bajo el techo del Palacio de los Deportes. Sus manos se llevaron a la otra vida a Joaquín Serantes, y eso nadie lo podrá remediar. Para el resto sí hubo solución. No volvió a ser todo como antes: desde entonces todo fue mejor para O Portiño. Un lifting millonario sepultó al gigante, que duerme, para siempre, bajo una lápida de hierba.

Veintiséis años hará en septiembre de aquello. La ciudad entonces llamada La Coruña se cubrió de vergüenza en lo que fue la primera hecatombe medioambiental de la España moderna.

«Se veía venir», declaró, a basura pasada, la entonces ministra de Medio Ambiente, Isabel Tocino. Varios informes que circulaban por María Pita aludían al riesgo de alud. Consciente de ello, el Ayuntamiento tenía puesta fecha de caducidad al basurero. Francisco Vázquez había cerrado en Bruselas la conversión de Bens en parque con dineros europeos. Pero la desgracia no se rige por calendarios. Llega y punto.

Lo peor de todo fue la muerte de Joaquín Serantes, que estaba lavando su coche cuando el gigante enfureció. También queda en el recuerdo el realojo de los vecinos del Campanario, el entonces poblado chabolista de O Portiño. Las autoridades los «metieron» en el Palacio de los Deportes y allí estuvieron meses. Otro de los malos recuerdos fue el olor insoportable que se tuvo que aguantar en la ciudad.

Ahora, la bestia echa sus malos humos a través de cien pozos de desgasificación, por donde expulsa el metano producido por la fermentación de la basura.

El vertedero pasó a ser un rincón del Parque Atlántico. Los niños de ahora pasean, sin saberlo, sobre un Gulliver nacido de la basura.