La esquina del viento insoportable

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

Temporal en A Coruña
Temporal en A Coruña Ángel Manso

La confluencia de las calles Rubine y Riazor puede ser el lugar más desapacible de Coruña cuando hay temporal

23 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El primer recuerdo que tengo en el vértice que forman Rubine y Riazor es el de mi madre agarrándome con firmeza cuando un viento enloquecido que llegaba de la playa cargado de arena me levantaba los pies del suelo, mientras a mi lado una anciana se aferraba al mástil de una señal de tráfico para no salir disparada. Y así, sostenido por un brazo fuerte, conseguí remontar la esquina del viento insoportable, que para mí es la más desapacible de Coruña, y guarecerme en la farmacia Batallán.

Es la que hace unos días acogía entre cajas de Trankimazín a las víctimas del temporal, auxiliadas por los empleados por haberse ido de bruces contra paredes, coches aparcados y un inoportuno buzón de correos que parece puesto adrede para embestir a los peatones con su corpachón verde y orondo. Un obstáculo que recuerda los imponentes toneles delante de La Vinícola, remontando la calle Riazor, antes Comandante Barja y a la que nadie (eran otros tiempos para la milicia) osaba discutir su nombre. Por allí desfilaban pandillas de críos camino de la Academia Galicia con los vaqueros empapados hasta las rodillas.

Los devotos de La Vinícola, que proferían exabruptos amenazadores con voz aguardentosa entre mano y mano de tute en aquel templo enológico y analógico de garrafa, tonel y patatas Risi, marcaron mucho el carácter de los oriundos de Alfredo Vicenti. Con sonrisas sarcásticas recibían sentados a las mesas la aventura que relataba mi madre, todavía alterada por la violencia de las ráfagas mientras le soltaba al bodeguero unos duros por el paquete de Récord. Sonrisas de medio lado, descreídas e irónicas, que parecían decir: «Chaval, espabila, que no te queda nada».

Eran tipos duros en una Coruña ajena aún a danas y ciclogénesis y en la que no se estilaba advertir a los ciudadanos de que se cuidasen cuando la galerna levantaba niños mientras zoaba. No. Tampoco había avisos ni alertas. Y recuerdo, en el colmo de una inconsciencia que hoy me produce escalofríos, que desde aquella esquina del viento furibundo saltaba a la arena de Riazor con mi amigo Pintos y bajaba hasta la orilla a torear las olas mientras gritábamos al océano enfurecido: «¡Neptuno, te desafío. A ver si me mojas!».

Neptuno respondía enseguida desde el horizonte convulso, y así nos íbamos a clase por Comandante Barja... con los vaqueros empapados hasta la rodilla. El pasatiempo se acabó el día que la madre de un compañero que vivía delante de la playa nos cazó desde la ventana. Eso sí fue una alerta. Por teléfono. El rey del mar ganó la batalla y yo empecé a interpretar aquellas sonrisas cínicas de los de La Vinícola, que me veían pasar avergonzado y de la mano de mi madre mientras cantaban las cuarenta en sus mesas de tute... cabrón.