Y el primer beso, ¿dónde?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

En la incertidumbre de los 15 o los 16 años tampoco era fácil atreverse a dar el paso del primer beso, que siempre llega envuelto en sorpresa

10 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha sido echar la vista atrás, cuando en Coruña todavía no había patinetes eléctricos y no nos despistábamos con el sonido del WhatsApp, y empezar a recordar aquellas primeras cartas que te llegaban por correo. Cuando escribir daba tanto pudor como recibir unas líneas de alguien que se escondía en el remitente, pero que se atrevía a firmar con puño y letra una vida de amor eterno. A mediados de los ochenta, aún los adolescentes decían eso de «¿Quieres ligarte conmigo?» que, oído con la distancia de hoy, suena tan extraño como suponía entonces. Ligar era ya de por sí un verbo difícil, pero con el pronombre detrás se articulaba dificilísimo. En esa incertidumbre de los 15 o los 16 años tampoco era fácil atreverse a dar el paso del primer beso, que siempre llega envuelto en sorpresa. Tal vez en ese paseo largo que se va escondiendo a medida que avanza la tarde, en el ruido hipnótico de la discoteca, en ese instante fugaz a la salida del instituto o entre los árboles del jardín. Pero no hay duda de que en Coruña también los primeros besos tienen un recorrido marcado. Ha sido hacer la encuesta, que ahora les lanzo con complicidad, y encontrarme ese apasionamiento del buen recuerdo.

«A mí me cogió en el castillo de San Antón, a los 12 años; no pudo ser más coruñés el entorno, pero no había tanta gente como ahora, no estaba el paseo marítimo hecho y lo importante era que allí no te ibas a encontrar con tus padres», me confiesa entre risas una amiga. «Fue en Green, a los 16, en la barra principal de la discoteca; aquel año U2 sacó With or Without You, y al final fue without you, pero si me lo cruzo por la calle creo que él se acordaría de mí, ¿no?», me revela otra amiga, que no duda en que los mejores paseos de esos años, cuando una quería perderse, eran por la Ciudad Vieja, porque a partir de la plaza de Azcárraga, cualquier ramificación era siempre cómplice de los besos a escondidas. Un amigo me guía hasta la Palloza y me asegura que desde aquellos bancos en ese tiempo no veía ni siquiera Pompas Fúnebres: «Me parecía un lugar de lo más romántico estar allí sentado a los 15, no había otro mejor».

Las terceras escaleras del Orzán son una referencia recurrente en esta pequeña orilla de los primeros arrumacos adolescentes, pero también las leiras donde ahora está construido el nuevo Padre Rubinos. Todo un campo de amor es el que hay debajo. O los jardines de Méndez Núñez, por supuesto. Claro que a otros aún les golpea el corazón dentro de aquel Playa Club antiguo, en Punto 3, en Tuco’s o en C’assely. Porque no admito como beso coruñés, en este ejercicio de estilo propio, todos los que se dieron en Baroke, en Sada, ni en Cheva en Santa Cristina. Que todo tiene un límite; y en ese borrón difuso, aunque una se pueda confundir en la memoria, yo de ti todavía me acuerdo. Fue hace mucho tiempo.